Hace años, en su colaboración radiofónica, apuntó Andrés Aberasturi: “Hoy hace demasiado febrero, como para ignorar el peso de demasiados abandonos” (RNE, 5-2-2017). Otro día, con más espacio y calma, habrá ocasión de ocuparse de su último libro, recientemente publicado. Pero ahora, por ... lo pronto, me conformo con constatar un amargo calendario. También hoy hace demasiado marzo. Demasiado marzo como para ignorar el peso de demasiados abandonos ya acontecidos... y de demasiados abandonos que están por acontecer.

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Por supuesto que en marzo también afloran efemérides gratas y reconfortantes. Pero es perceptible que este mes encierra cierta cita con lo inhóspito. Y no es que vaya hablar de sus respectivos idus. Y no es que vaya a realizar repaso exhaustivo alguno. Simplemente, sin ir muy lejos, resulta constatable cómo marzo implica sabor a terrorismo; y esconde sabor a pandemia; y reviste sabor a guerra.

Un 11M, allá por 2004, vivimos el mayor atentado en la historia de España. Un 14M, del reciente 2020, se decretaba el Estado de Alarma con motivo del coronavirus: arrancábamos esa pesadilla de la que tantos no despertaron. Pesadilla que perturbó sueños y sueño. Pesadilla que aún propicia vigilia e insomnios. Y también en marzo, en este mismo marzo que nos envuelve, continúa el abismo que arrancó a finales de febrero: prosigue el profundo destrozo que acarrea el delirio de los lunáticos.

“El nacionalismo es la guerra”, sentenció Mitterrand en el Parlamento europeo. Era 1995, el presidente francés estaba diciendo adiós a su carrera política, y añadió: “La guerra no es sólo el pasado, puede ser también nuestro futuro”. Aquella advertencia sigue vigente: por eso la recuerdo. Aquella advertencia sigue cayendo en saco roto: por eso me lamento. El engendro del nacionalismo, esa reaccionaria ideología que llenó de sangre el siglo XX, aún siente su obra inacabada. Debe creer (le estamos dando motivos para que lo crea) que el siglo XXI va a ser un fértil campo en que seguir sembrando su ignominia y su vileza. Con su abyecto currículum, llama la atención que el nacionalismo aún sea acogido con tanta asombrosa ligereza. Y entretanto, mientras nos entreteníamos de banalidad en banalidad, el nacionalista Putin llamó a nuestra puerta.

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Ángel González habló del ayer: “Ayer fue miércoles toda la mañana. Por la tarde cambió: se puso casi lunes, la tristeza invadió los corazones (...)”. Pues sí. Ayer también fue miércoles. Y hace justo una semana se produjo la invasión de Ucrania, emprendiéndose el camino que dinamitaba los más básicos principios del Derecho Internacional. Ese triste jueves de hace una semana también tuvo un ayer. Un ayer que, como añadía el poeta asturiano, ya no va a repetirse. Ese ayer “que ya nadie nunca volverá a ver jamás sobre la tierra”.

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