No voy a referirme a los débitos conyugales, porque en eso de la coyunda cada uno debe arreglárselas como pueda, como sepa o como su ... fisiología le dé a entender, sino a otras jodiendas que de forma consuetudinaria viene padeciendo esta autonomía que dice llamarse Castilla y León, compleja, variopinta, de disparatadas dimensiones y secularmente lastrada por unos niveles de incuria que no se remedian del todo, porque aún hay parcelas que a estas alturas adolecen de desamparo. Entre ellas, la despoblación que no acaba de encontrar el cauce debido, las políticas agrarias y medioambientales, la prevención de incendios forestales, el lobo que se enseñorea de los rebaños, la industria alicaída y otras desgracias.

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Ya está bien de confitadas palabrerías, de groseras triquiñuelas que van dando largas a otras cuestiones perentorias, como las frecuencias de trenes a Salamanca, por ejemplo, justificadas a base de chapuceros argumentos, romas disquisiciones propias de intelectos reumáticos que balbucean algo sobre maquinistas en formación, presupuestos, política ferroviaria de altos vuelos (no los del Ave), etc. Ciertamente, las otrora lozanas ubres del Estado hoy cuelgan flácidas mientras llegan los prometidos fondos europeos que fomenten la euforia consumista. Con el pretexto de la guerra de Ucrania, la inflación disparada, la energía por las nubes y otras menudencias, hay poco de donde mamar, y lo que hay se lo reparten los mismos, porque son afectos al donante y están siempre pegados a la teta nodriza del Gobierno.

Por todo ello, me permito lanzar un aviso a los responsables, a esos a quienes les pagamos razonablemente para que hagan su trabajo en pro del bien común, del bienestar de los ciudadanos, del progreso social y demás monsergas redundantes y hueras. Nos vamos cansando ya de tanto vejamen, de tanta zanganada y de no pocas trapacerías supuestamente progresistas excretadas desde las más altas esferas del poder gubernamental. Es cierto que parecemos tontos, pero nos molesta que nos lo restrieguen por los morros cuando a otras latitudes —algunas bastante próximas— llegan rosarios de trenes rápidos, gozan de mejores infraestructuras en los medios rurales, se llevan a nuestros sanitarios a golpe de talonario y, en fin, solo falta que se cachondeen de nosotros y nos tilden de centralistas opresores, imperialistas históricos, flagelos de otras nacionalidades, etc.

Como escribía Cervantes poco antes de morir: “El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan”. No se arriesguen nuestros políticos a que nos cabreemos más de lo que ya estamos. Los cielos están enzalaburdiados. Los débitos son muchos y las expectativas de colmarlos disminuyen. A la vista del poco caso que nos hacen se quejarán luego de que no votemos. Y uno se pregunta: total, ¿para qué?

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