Siempre salgo flotando de allí. Cada tres meses cumplo con el ritual previa cita telefónica. Y María Ángeles me recibe en su luminosa y alegre ... consulta con una sonrisa que se le sale de la mascarilla. En sus ojos —mientras zumba el torno— es muy fácil leer cuántos pies han pasado por sus manos y cuántos le quedan por aliviar. María Ángeles es mi podóloga desde hace más de una década. Es la que obra el milagro trimestral de darle forma a las deformes uñas de mis pinreles, la que sabe dónde limar, cortar y lijar para que dejen de dolerme. Porque a mí la queratina de las garras se me amontona en el final del dedo como creciendo para arriba. Entre águila y gavilán. Ahí ando.

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Pues bien, resulta que esta mujer —que es el bálsamo de mi coche de san Fernando— es salmantina de Cabeza del Caballo, en la Ramajería que linda con Vitigudino. Y claro, cada vez que pongo los pies en su negocio, mientras ella me pone a punto los cascos yo le cuento las últimas noticias que me han llegado de allí o el último sitio que he descubierto por nuestra común patria chica.

Y como tenía aún reciente el verano de las niñas en mis Arribes festivas de estío, pues le he puesto al día de lo que me encontré en Vilvestre. Lo del impresionante queso de los García Calvo que me dieron a probar antes de querer comprarles toda la producción. Lo de la central de acopio de Almendra a la que llegué justo cuando acababan de colgar el cartel de cerrado porque me entretuve visitando el albergue, el vivero y el aula de la naturaleza que nos enseñó un tipo tan amable que daban ganas de pedirle la receta para tratar así a unos forasteros. Y lo del barco, y los contrabandistas, y el mirador...

Sonaba el torno de lijar las plantas de las zarpas cuando me acordé de la maravillosa cena en el Cuartón de Inés Luna. “Tienes que ir”. Me salió del alma. Y ahí que me vacié. Le conté lo de que era una adelantada a su tiempo que le gustaba escandalizar a la gente de la comarca. Y lo de que sabía un montón de idiomas y lo de la primera piscina de la provincia, y lo de que su padre trajo la luz eléctrica a España y lo de su amante femenina, y lo de que se creía que tenía un rollo con Primo de Rivera. Y que no dejó herencia. Y lo bien que habían restaurado el palacete reconvirtiéndolo en posada. Y lo que me gustó beber vino de Las Arribes a la luz de la luna rodeado de toros bravos.

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Y esta vez fui yo el que la dejó flotando.

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