RESULTA bastante llamativo constatar el terremoto de críticas, manifiestos y guerrillas urbanas que finalmente ha desatado la sentencia condenatoria contra el descerebrado y agresivo Pablo ... Hasél y que al mismo tiempo, esté pasando tan inadvertida para la opinión pública esa otra sentencia, realmente escandalosa de la Audiencia de Madrid que condena a sentencias de cárcel a dos funcionarias de la Universidad Rey Juan Carlos por delitos que realmente sólo encubren la comprensible voluntad de defender sus puestos de trabajo frente a la persistente intimidación y el amedrentamiento del político corrupto y poderoso de turno que queda libre de toda mancha.

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Nada menos que tres años de cárcel para una de ellas (María Teresa Feito) y un año y seis meses para la otra (Cecilia Rosado), por haber sido obligadas a falsificar el acta de notas de un máster, chantajeadas por el miedo y las amenazas de tomar serias represalias contra ellas, por parte del poder, un poder encarnado en este caso, como por otra parte ha quedado demostrado en el juicio, por la expresidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, beneficiaria de esas brillantes calificaciones en el máster fantasma y claramente inductora de esas falsificaciones pero que sorprendentemente sale al fin del juzgado con una sonrisa de satisfacción apenas camuflada bajo la mascarilla y se va de rositas a casa con la sentencia absolutoria.

Todo un ejemplo de los graves contrasentidos que definen la pérdida de valores de esta sociedad actual convenientemente manejada y manipulada por los propios intereses de quienes deberían aportar un poco de sensatez, justicia y raciocinio a la tribu. Es decir, al mismo tiempo que defendemos y pedimos el indulto para un tipo desquiciado y violento que se dedica a agredir periodistas, amenazar de muerte a testigos de un juicio y a humillar a las mujeres y a las víctimas de terrorismo proponiendo el disparo y la bomba como los mejores modos de imponer sus ideas en los infames y cochambrosos raps que interpreta, pasamos por alto sin inmutarnos lo más mínimo la idea de que las corruptelas, fechorías, y mangoneos del poderoso deban quedar impunes, y lo que es mucho peor, deban pagarlas los más débiles, esos obedientes súbditos que manejan a capricho como vulgares peones de ajedrez.

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