Tras los días de jolgorio y transgresión carnavalesca, llegan tiempos de abstinencia y, en su caso, de oración. Bien es verdad que en una época ... tan poco dada a la religiosidad como la actual, el calendario de inicio de la cuaresma propiamente dicha permite un cierto margen. Así, en algunas áreas geográficas el entierro de la sardina acontece días después del miércoles de ceniza, fecha en la que se evoca aquello de “memento homo quia pulvis es...”. Polvo somos y al polvo regresaremos. Como contraste penitencial, el pasado domingo se celebró en el Museo del Comercio la llegada de la Cuaresmera, la vieja con cesta de verduras en la cabeza y siete piernas que simbolizan las siete semanas de restricciones gastronómicas.
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A los cuerpos pecadores de hoy día les cuesta salir de las fiestas carnales y entrar en los potajes de bacalao, huevos y lacticinios. Por no mencionar los ayunos y abstinencias, cada vez menos frecuentados por la inmensa mayoría que ni sabe lo que es la cuaresma (cuadragésima o tiempo de cuarenta días), ni conoce su origen y significado desde que la formación religiosa quedara aparcada en los planes de estudio -y más que lo va a estar con la nueva ley de educación- junto con el latín (esa lengua muerta que dicen que ya no vale para nada) y el griego (que tan solo sirve para designar un tipo de yogur). Apañados vamos. No faltará quien confunda cuaresma con cuarentena, tan en la mente de todos con motivo de la epidemia vírica. Pero cuarentena no implica necesariamente un periodo completo de cuarenta jornadas.
A esta cifra se le ha otorgado un gran valor simbólico en numerología. El 40 se asocia a los cuarenta días y el mismo número de noches que duró el llamado Diluvio Universal del que nos habla la Biblia; igualmente, corresponde a los años que el pueblo de Israel peregrinó hasta alcanzar la Tierra Prometida; y a los días que Moisés oró en el monte Sinaí; y al periodo en el que Jesús hizo penitencia en el desierto, por no mencionar la coincidencia de que, según la tradición, también Mahoma se recogió durante cuarenta días en una cueva del desierto.
En plena fiebre de jeringuillas y drogas duras, el agua bendita desapareció de los templos. Ahora, por lo del virus, se prohíben, además, los besamanos, besapies y otras muestras de fervor, pero los más devotos persisten en los ósculos y ponen su confianza en los designios divinos, que no han de fallar.
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El inicio cuaresmal ha traído consigo nuevo jefe de los obispos: “un tal Omella”, pastor independentista que venía de arredilar la iglesia catalana. Si la conferencia episcopal elevó preces al Espíritu Santo antes de las votaciones, bienvenido sea el arzobispo de Barcelona, porque el Paráclito nunca yerra. Si no, como decía Salvatore, el monje jorobado de El nombre de la rosa, ¡penitenciagite!
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