ESCRIBÍA Balzac que detrás de cada gran fortuna siempre hay un crimen. Hoy diría que detrás de algunas de las grandes fortunas hay una corruptela ... impune. El tema de la corrupción es uno de esos que afloran en los medios de manera recurrente Tiene muchas caras y se camufla bajo formas variopintas. A poco que repasemos la trayectoria de los partidos políticos en las últimas décadas, comprobaremos cómo de forma casi ininterrumpida han ido saltando escándalos de sobornos, mordidas, trapicheos, estafas y latrocinios diversos. No es de extrañar la desconfianza ciudadana hacia quienes tienen el deber de administrar con honradez el patrimonio común de los españoles.
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Los “corrutos”, en boca de un personaje que pertenecía de pleno derecho a la banda, han sido muchedumbre. Desglosarlos llevaría todas las páginas de este periódico y puede que se necesitara un suplemento dominical para recoger tanta inmundicia. Difícil resultaría calcular el montante de lo defraudado por una pléyade de listillos de colmillos insaciables que han sabido estar al quite y untar los engranajes de la maquinaria del poder. La picaresca nos avala. Desde el viejo sistema, tan común en la España tradicional, de las recomendaciones —“a ver si usted, don Fulano, me puede colocar al hijo, porque si no lo veo trabajando toda la vida”— hasta la magnificencia de las corruptelas a gran escala: blanqueo de capitales, tráfico de influencias, evasiones al fisco y mil modos de ladroneo que nos llevan a pensar si no estaremos ante algo sistémico, patológico, incrustado en nuestros genes e imposible de atajar, porque a todo el mundo le suele gustar el olor de su propio estercolero.
La organización Transparency International ha hecho público el Índice de Percepción de la Corrupción correspondiente al año 2020. En sus tablas quedan retratados los países del mundo. Pero, como nos recuerda el experto en fiscalización Antonio Arias en sus periódicos análisis del fenómeno, no debemos dejar de lado el hecho de que, más allá de la frialdad de los datos, de lo que se trata es de que sirvan de estímulo para que las naciones progresen en la senda de la claridad y la transparencia. Debemos tener en cuenta que para los países más pobres “los niveles de corrupción pueden significar la diferencia entre la vida y la muerte”.
No sé si se deberá a los trafullos que pudieran haberse dado como consecuencia del COVID-19, pero lo cierto es que España acusó un ligero descenso de dos puntos en el ranking mundial (del puesto 30 al 32). La escala la encabezan modélicamente y al alimón Dinamarca y Nueva Zelanda. A la cola, Somalia y Sudán del Sur. El próximo reparto de los fondos europeos de recuperación COVID constituirá todo un reto. Esperemos que nuestros políticos no nos defrauden (en el sentido más amplio del término).
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