El principio de la pandemia ofreció toda una panoplia de ejemplos de corrupción asociados a la compra de diversos materiales sanitarios. Cierto que la gravedad ... del asunto urgía medidas extraordinarias. Por eso mismo, aprovechando la confusión surgieron empresas inexistentes, avispados timadores e intermediarios ladronzuelos que se la dieron con queso a instituciones bisoñas. Picaron el anzuelo. El resultado fue una retahíla de vergonzantes enjuagues y componendas oportunamente tapadas por un sutil velo de silencios y complacencias. Algunas de esas maniobras han salido a la luz. Otras no saldrán nunca, y los delincuentes seguirán impunes.

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Produce rubor, hastío e indignación el hecho de que un par de astutos truhanes comisionistas se hayan embolsado cinco o seis millones. No sé si será delito de corruptela el que alguien, por ser vos quien sois, con complicidades o sin ellas, se embolse tamañas cantidades. Pero sí es de todo punto inmoral, y muestra a las claras la catadura de ciertos miembros de la alta cuna, baja cama y floja bragueta, que funden lo mal ganado en escandalosas lujosidades y, para colmo de vituperio, exhiben una total falta de decoro, amén de dudoso gusto. Lo más probable es que los tribunales anticorrupción no puedan demostrar nada en los robos millonarios y se ceben con los modestos raterillos, alevines de corruptos, a quienes estarán dispuestos a rastrear hasta las últimas entretelas bancarias.

La corrupción, en cualquiera de sus niveles, parece consustancial al ser humano. Por eso existen los mecanismos correctores y los métodos de control. Según las estadísticas al respecto, en ese bochornoso ranking España ocupa el nada honroso puesto 38. Así lo estima Transparencia Internacional, que ve cómo, entre 180 países escrutados, el índice de Percepción de la Corrupción cada año va siendo peor en lo que a nuestro país se refiere. En el podio de los ejemplares suelen estar siempre los mismos, con ligerísimas variaciones: Dinamarca, Singapur, Nueva Zelanda, y el resto de los países escandinavos. Deplorable la situación de Rusia, que ocupa el puesto 142, peor que Ucrania. En la cola, también los que habitualmente van en el mismo furgón: Venezuela y otros estados fallidos.

En España existen aún muchas lagunas en las políticas de lucha contra la corrupción. Para colmarlas se requieren reformas legislativas y controles más estrictos que implanten (y hagan cumplir) códigos de conducta, que delimiten los conflictos de intereses, y que, finalmente, contribuyan a una más exigente concienciación de la sociedad en general. Porque lo que está en juego no es solamente la reputación internacional. A su sombra se cobijan inversiones, confianza, seguridad, creación de empresas, mejores pautas de convivencia y hasta una mayor esperanza de vida.

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