Como todas las cosas, el servicio de Correos ha evolucionado mucho en las últimas décadas. Para un buen número de ciudadanos se diría que ha ... desaparecido, porque al buzón solo llegan comunicaciones bancarias, facturas, publicidad o –Dios nos libre— alguna siniestra misiva de la Agencia Tributaria que, en su insaciable voracidad recaudatoria, persiste en chupar vampíricamente los dineros de las ya de por sí exangües economías.

Publicidad

Una de las imágenes de mi niñez es la de Sixto, el cartero del pueblo, quien recorría diariamente a caballo los siete kilómetros de distancia hasta la parada del coche de línea que transportaba el correo desde la capital. La enorme valija se iría vaciando poco a poco a medida que Sixto entregaba la correspondencia y también los periódicos a los que el cura y el maestro estaban suscritos.

Quienes ya tenemos una edad, evocamos con nostalgia las relaciones postales sustituidas por la frialdad de la pantalla. La caligrafía del texto manuscrito se vio desplazada por las asépticas fuentes seleccionadas mediante el cursor. Unamuno, acumulador de un gigantesco epistolario, se refería en una misiva a su “incorregible epistolomanía”, gracias a la cual los investigadores disponen de valiosos datos. Emily Dickinson usó los sobres de la correspondencia recibida para escribir en ellos algunos de sus poemas más visuales. Sostenibilidad, diríamos hoy, y poesía al mismo tiempo.

Históricamente, todas las cartas llegaban a sus destinatarios. Incluso aquellas con direcciones incompletas o poco claras. En esos casos, me cuenta Manuel Rodríguez Barba, se apartaban por distritos y secciones y el Cartero Mayor “cantaba” el nombre de los destinatarios hasta que el repartidor del barrio concreto gritaba “¡mía!” y la carta retomaba el curso hacia su destino. Difícilmente se extraviaba un envío.

Publicidad

Ahora, Correos asume la tarea propia de los cajeros automáticos en muchos núcleos rurales en vista del vergonzoso cierre de oficinas bancarias. La previa experiencia con la Caja Postal, luego subsumida en Argentaria y más tarde en BBVA, ayuda a adaptarse a nuevos cometidos. Labor encomiable la de los esforzados funcionarios del ente, organismo, sociedad estatal o como se llame ahora Correos y Telégrafos.

Aparte de novedosos productos desplegados en las oficinas, reclamos comerciales y venta de diversos artículos, fue muy comentada no hace mucho la emisión del sello conmemorativo del Partido Comunista, iniciativa inoportuna y, en mi opinión, suspendida con acierto. De seguir con el empeño de la hoz y el martillo tintados de república, Lenin y Stalin sonreirían malévolamente desde sus tumbas viendo cómo a un partido declarado ilegal en una parte de Europa se le exaltaba en España por obra y gracia del insólito y cerril capricho –uno más-- del tontaina de turno.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Disfruta de acceso ilimitado y ventajas exclusivas

Publicidad