Nada para estos fríos como un caldo. Uno de esos que entonces se anunciaban en los bares de siempre con carteles bien visibles. Algunos, con ... gusto artístico, incluían el dibujo de una humeante taza, que igual podría ser de café o chocolate. Pero era de caldo porque lo decía el cartel. Y, además, el anuncio llevaba implícito que estaría caliente; al fin y al cabo, caldo es una derivada de la palabra latina “calidus”. La costumbre del caldo en los bares va desapareciendo año tras año y olvidan estos que son instituciones hospitalarias y la hospitalidad obliga a dar de comer y beber al hambriento y al sediento, respectivamente. Comer caliente, que comer frío no es comer; y beber, según la estación. Aunque los manuales dicen que el caldo proviene de la cocción de verdura, pescado o carne, en Salamanca el caldo de los bares tenía su manantial en los huesos de jamón. Huesos que había quien apuraba o -como decían en mi barrio- “bautizaba” (por inmersión) varias veces; entonces, el caldo era una aguachirle (o “aguachirri”, según mis vecinos) o calducho, que carecía en la superficie de las señales propias de la grasa. Un caldo insulso cabreaba mucho a la parroquia y la gente lo comparaba con el bodrio que se les daba a los pobres en los conventos o a la olla de Cabra, personaje de Quevedo, cuyo caldo era transparente como el cristal. Quizá por eso -aunque habría otras razones- el cliente “bautizaba” el caldo con buen tintorro, ganando en sabor, pero también en calorías. Nunca vi, por cierto, que fuese al revés, que alguien echase caldo en el vino, por eso rechazo la tontuna de llamar a los vinos “caldos”. Hoy, que los jamones están relativamente baratos y tenemos invierno de los de antes, la hostelería escamotea en caldo, cuando hasta el pobre Lázaro lo compartía. ¿Con quién hay que hablar? No debería olvidar el sector, que el caldo es un género hostelero a diferencia de la sopa, que es más del ámbito doméstico, de ahí su inclusión en las cartas de los restaurantes con la idea de comer como en casa. A lo que aquel cascarrabias de las crónicas respondía: ¿Quién le dice a usted que quiero comer como en casa?
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Un caldo o sopa hubiera sido lo suyo para entrar en calor el otro día viendo por televisión lo del Capitolio americano. Me quedé helado viendo las imágenes, recordando nuestro golpe tejerizo y seguro de que la cúpula del Capitolio caería como una Torre Gemela. ¡Qué inicio de año! Lo cual nos lleva a pensar que el poder tiene el mismo peligro que el Covid 19 según las manos en las que caiga. De ahí que lo suyo sea aislarlo perimetralmente, que es lo que nos acaba de anunciar el presidente de la Junta, Alfonso Fernández Mañueco desde detrás de la mascarilla y los expertos. Hasta mayo. Por la pandemia. ¿No quieres caldo? Toma dos tazas. En consecuencia, ni podremos ir de visita más allá de la Comunidad ni podremos recibirlas. Seguimos en una especie de cantón regional como el descrito por nuestro Luis Maldonado en sus memorias infantiles, aunque sin murallas.
A lo que vamos, al caldo, tan necesario cuando la nieve llama a las puertas de la ciudad. Medicina, según los tratados de la salud de antes, cuando una nevada como la que anuncian llenaba nuestros pozos de nieve, que eran los frigoríficos de la época. También ratificaba lo que dice el refranero de los años de nieves. Que así sea.
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