CUESTA evitar la tentación de escribir del asunto Ayuso-Casado con Madrid, nido de espías, al fondo, pero hay que intentarlo. Al tiempo que ... el cocido madrileño daba el último hervor, en Salamanca la institución cultural “Alfonso X, el Sabio” tenía a la profesora e investigadora Ana Carabias en el Casino para desvelar sus últimos hallazgos sobre Beatriz Galindo, La Latina. Que los dioses bendigan a Ana García López, la presidenta de la Institución, por ello. La intervención de Carabias finalizó con una imagen de Esperanza Aguirre y su marido, Fernando Ramírez de Haro y Valdés, que resulta ser pariente lejano de doña Beatriz, nuestra “Latina”, a quien la reina casó con Francisco Ramírez de Madrid. Y la casó porque Beatriz y Fernando el Católico seguramente tuviesen un affaire. O sea, Isabel La Católica se la quitó de en medio. Sospecha —con mucho fundamento— Carabias que el primogénito de Beatriz y Francisco era hijo del rey católico, que le apadrinó. El niño, por cierto, se llamó Fernando. Blanco y en botella. Puede pensar que por las venas del marido de Esperanza Aguirre corre sangre real. Casó bien doña Beatriz porque pasó de ser criada de la reina —nunca profesora de latín— a viuda rica, riquísima, asquerosamente rica como las millonarias de las películas, que destinó el dinero de su marido a todo tipo de causas esquivando a sus hijos, que se veían desplumados, por lo que establecieron pleitos testamentarios con ella. Pleitos en los que doña Beatriz contó con un sospechoso apoyo real, del rey Fernando, claro. Porque a todo esto, aquel Fernando Ramírez de Madrid, artillero de profesión, fue recompensado por el rey con propiedades y cargos, así que doña Beatriz dio el pelotazo al casarse y, sobre todo, al enviudar tempranamente.

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Un culebrón histórico que Netflix debería llevar a la pantalla, porque de aquel matrimonio salió una potente aristocracia española que llega a nuestros días, con un personaje curioso revoloteando por ahí: Gonzalo Fernández de Oviedo, que encumbró a la modesta moza de servicio de la reina, Beatriz Galindo, La Latina, a maestra de latín de Isabel la Católica, porque de esta manera se encumbraba también a su familia, pues ambos, Gonzalo y Beatriz, eran parientes. Márquetin familiar. Y, ya le digo, mientras la detective Carabias desgranaba lo suyo con documentos y razonamientos bien asentados, en Madrid se cocía el lío padre, que en otros Códex habría sido la comidilla, como lo sería de coplas y chirigotas. Era lo suyo. Dudo que doña Beatriz llegue a tener medallón en la Plaza Mayor por ser maestra de latín, que no lo fue, pero quizá lo merezca por otros méritos.

Otra figura de la aristocracia, Marianela de Aguilera Lodeiro, moría esta semana. Condesa de Alba de Yeltes, recibió el título en 1967 después de que su padre fuese asesinado a tiros por quien era en ese momento Conde de Alba de Yeltes, un enajenado con manía persecutoria, del que hace poco escribí aquí por su relación con la radio. En unos minutos, aquel enfermo mental rompió la línea sucesora del título y dejó a Marianela huérfana. Su propio abuelo. Drama en estado puro, de los que gustan en la televisión, que deja lo de Ayuso y Casado, Carrasco-Flores y Pantoja en una riña de niños en una piscina de bolas, con una frase para la historia: “bastante tengo con lo mío”, pronunciada por Alfonso Fernández Mañueco cuando le preguntaron por lo de Madrid. Que levante la mano el que no la haya pronunciado alguna vez: bastante tengo con lo mío. De hecho, todos tenemos bastante con lo nuestro para ser mareados, entretenidos o enredados con otras historias, y me sorprende que Luis Tudanca haya olvidado el espectáculo que dio su partido años atrás con Pedro Sánchez y Yolanda Díaz aspirando al trono, y aquella Verónica Pérez gritando que la única autoridad en el partido era ella. Tudanca, que mañana se reúne con Mañueco, tendría que haber dicho que también él tiene bastante con lo suyo.

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