Paseaba por mi barrio el otro día y me encontré a un amigo que regenta uno de los chiringuitos de La Aldehuela que, por estas fechas, se pone de bote en bote. Caminaba con prisa, tenía que hacer papeles, me dijo. Casi no pudo contestarme ... cuando le pregunte qué tal lo llevaba. “Agobiao -me respondió comiéndose la d-. Voy a tener que quitar un montón de mesas de la terraza este año porque no encuentro camareros. Nunca me había pasado. Es increíble. Pero prefiero dar un buen servicio a terminar perdiendo clientela”.

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Qué lástima, pensé. Con el verano tan corto que tenemos en Salamanca y la crisis económica que estamos atravesando es una pena que un negocio no pueda recoger todo el fruto que genera por falta de personal.

Esa misma tarde me fui a tomar una caña con los matrimonios con los que mi mujer y yo salimos habitualmente a una terraza situada a un paso de la Gran Vía. Corría el aire. Se estaba a gusto, la verdad. Sin embargo, el servicio rozó el surrealismo. Nos atendieron dos camareros. Dio igual. Anotaron lo que pedimos en una tablet y a continuación vino el despiporre. A mi amigo Eduardo el queso no le va. Y el tomate, tampoco. Tengo que confesarles que es un poco especialito, ahora que no me lee. Pues como suele ser habitual, se pidió un montadito de lomo con pimientos. Un cuarto de hora después le trajeron un pequeño bocata de bacon con queso. Les avisamos del error con toda amabilidad. Y a los diez minutos, el camarero apareció con otro montadito de jamón con tomate. Confieso que terminamos haciéndole bromas: ¡Casi! ¡Poste! ¡A la próxima, chaval...! El mozo, en lugar de retirarse compungido para solventar el fallo lo más rápidamente posible, sonrió junto a nosotros, y aquí paz y después gloria.

En ese momento, entendí el desolador panorama al que se enfrentan este verano los hosteleros salmantinos. Por un lado, falta personal y, por otro, buena parte del que se puede encontrar carece de la profesionalidad suficiente como para ocupar ese puesto de trabajo. Que para todo hay que valer.

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Lo curioso del tema es que hay más de 2.000 demandantes de empleo que muestran su disposición de trabajar en la hostelería en Salamanca. Pero no lo hacen. Y los empresarios están preocupados.

Con qué incertidumbre vivirán esta situación que han llegado a proponer al presidente nacional del sector medidas para que los camareros y cocineros tengan horarios “más normales”, es decir, que incluso puedan disfrutar de algún fin de semana. Y para ello reclaman al Gobierno ayudas en forma de deducciones en los seguros sociales si aumentan la plantilla.

Muchos de los que están cobrando el paro se escudan para no incorporarse a un puesto de trabajo de estas características en que los empresarios ofrecen condiciones laborales por debajo del convenio colectivo del sector. Los hosteleros, por su parte, creen que hay mucho espabilado, que prefiere seguir cobrando de la sopa boba de papá Estado antes que sujetar una bandeja.

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Precisamente en Salamanca se va a intentar resolver este círculo vicioso y, a partir de ahora, las entrevistas laborales de los hosteleros se van a desarrollar en las instalaciones del Servicio Público de Empleo de Castilla y León y ante técnicos del Ecyl. El objetivo no es otro que comprobar que las condiciones que se ofrecen son dignas y a la vez cortar de raíz las artimañas que algunos desempleados utilizan para seguir cobrando el paro en lugar de incorporarse a un puesto de trabajo para el que se le considera apto.

Llegar a esta situación evidencia que vivimos en el reino de la picaresca , que faltan inspecciones serias y comprometidas que pongan firme al sector y, sobre todo, que descubran al listo que hace trampas para no trabajar y vivir del subsidio, una ayuda que -no lo olviden- pagamos todos con nuestros impuestos. ¿Encontraremos a algún político que le ponga el cascabel a este gato?

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