Inés Arrimadas, por cuyas venas corre un poco de sangre salmantina, se resiste a enterrar a Ciudadanos, el partido que fundó Albert Rivera para defender ... el constitucionalismo del asedio de los golpistas en Cataluña.

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Arrimadas está purgando los pecados propios y los ajenos, porque es indudable que la caída del partido naranja comenzó cuando ella dejó tirados a los catalanes que la habían votado mayoritariamente para marchase a Madrid. Rivera se lo consintió, pensando en que la presencia de la bella Inés en la capital de España acabaría por catapultar al estrellato al partido liberal y pasar al PP en respaldo ciudadano. A punto estuvo de hacerlo, pero la ambición desmedida de los líderes les penalizó en las últimas elecciones generales, en las que los naranjas pasaron de los 57 diputados a 10, un varapalo difícil de digerir para quien pretendía dar el “sorpaso” al PP. Rivera dimitió y dejó Ciudadanos en la más absoluta de las orfandades.

Las miradas se dirigieron hacia Inés Arrimadas, pero la catalana de sangre charra ya cogió un partido herido de muerte y al que habían abandonado los intelectuales que en 2006 respaldaron un espacio liberal y constitucionalista, catalán y español, con el que se podían identificar todos aquellos catalanes que no querían someterse al yugo del independentismo radical.

De ese partido que nació en 2006 ya no queda prácticamente nada, por mucho que la joven lideresa se esfuerce en reivindicar su espacio en la convención de principios de julio y quiera reafirmar sus principios liberales en un espacio de centro necesario, equidistante del PP y del PSOE.

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Inés no es culpable del todo, aunque sí es la responsable de la estocada mortal definitiva. El pecado capital de Murcia fue suyo. Después vino el resultado electoral de Madrid, que fue lo definitivo para que se pueda afirmar que Ciudadanos ha muerto. Todo lo demás es perder el tiempo.

Es verdad que todos estos partidos llamados a ocupar en un momento dado el centro ideológico tienen su tiempo, que normalmente suele coincidir con las crisis de los partidos tradicionales, pero una vez superados esos baches, es difícil sostener la equidistancia entre la izquierda y la derecha y que la gente te perciba como algo útil.

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Arrimadas hoy se conformaría con ser la llave que da y quita gobiernos. Le sirvió en las municipales y autonómicas de mayo de 2019, pero después de los resultados de Madrid, que son achacables a la escasa pericia como líder de la bella Inés, que se dejó engatusar por el encantador de serpientes Pedro Sánchez, Ciudadanos no ha quedado ni para actuar como una vulgar bisagra.

Ciudadanos se ha esfumado en Madrid y en Castilla y León, donde fue decisivo hace dos años para que el PP de Alfonso Fernández Mañueco pudiera formar Gobierno sin haber ganado las elecciones, tiene los días contados.

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La ex naranja María Montero ya se ha puesto a salvo pasando al grupo de no adscritos cuando se votó la primera moción de censura presentada por los socialistas, aunque su corazón y su cabeza ya están en las filas del PSOE. En los próximos meses asistiremos a una continua y constante deserción para que quien pueda se ponga a salvo en este anunciado naufragio.

De hecho, entre las filas socialistas no es descartable una nueva moción de censura cuando se cumpla un año de la que pusieron en marzo y esta vez, si consiguen convencer a un procurador más, prosperaría y Luis Tudanca podría ser presidente de la Junta. Es la única tabla de salvación del socialista, que se ha quedado sin ministerio y como premio de consolación, Pedro Sánchez le ha permitido anunciar que se presentará a la reelección como secretario general. Ya veremos si Mañueco no se ve abocado a convocar las elecciones por adelantado para evitar una segunda censura.

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