El mayor problema de este primer cuarto de siglo no es una guerra, no es un cataclismo, no es la pandemia, no es el cambio ... climático. Es algo muchísimo peor, pues es invisible y, cuando nos alcanza, no somos conscientes de ello: formamos ya parte de la “sociedad zombi”, objetos (más adiposos que crujientes) de una obsolescencia humana programada cuyo estandarte es el “ruido blanco” de los aparatos electrónicos en el que estamos atrapados las 24 horas. Buuuuzzzz...
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Casi de repente hemos pasado de la creatividad explosiva de los años 80, incluso aún de los 90, a un secarral de electroencefalogramas planos sólo sostenido por una lista ya interminable de “realities” televisivos cada vez más sórdidos, más estúpidos, más zombis y con más y más espectadores. Han cambiado las ojivas nucleares por “Supervivientes” y basuras similares.
Y de ese cambio salvaje que se ha producido en unos treinta años podemos dar fe los que peinamos canas, aferrados ahora a la nostalgia y también a la esperanza de que algo pueda cambiar este rumbo de destrucción masiva. Estamos en el crimen perfecto a nivel global y no es precisamente otra serie de “Netflix” para ociosos patológicos. Hablo de algo que está pasando y lo estás viendo. Sí, le digo a usted.
No hace falta ser Nicholas Negroponte para saber que el mundo, con la maldita globalización (una buena teoría con un resultado caótico), se ha ralentizado. El pensamiento ya no nos mueve, la sensibilidad vive de incógnito, y la creatividad se reduce a la última generación de auriculares inalámbricos que nos llevan a confundirnos con los marcianos de “Toy Story”. Si escucharan, como yo ahora mismo escucho, “Les choses de la vie”, de Philiippe Sarde, y no digamos si el tema lo canta Romy Schneider, me entenderían mejor.
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La represión (fiscal, mediática, educativa...), la promesa de una vida eterna, siempre y cuando no conduzcas, o no corras, o no bebas, o no comas carne, o no fumes, y un asalto sin tregua a las libertades (y hablo solo de las sociedades democráticas occidentales), nos han convertido en espantajos, otro personaje zombi. Han reducido nuestra capacidad de pensamiento, de reflexión y de crítica a la mínima expresión. “Alguien” en Bruselas o en Salamanca decide que circulemos por miles de calles y avenidas a 30 kilómetros por hora, una velocidad imposible, y de repente nos hemos visto “frenados”, ¿era esta la movilidad soñada o es la inmovilidad?
Pero el problema es ese alguien, tonto útil del sistema, individuos con cerebros que funcionan a 30 por hora y que pretenden un mundo a 30 por hora. Ningún cerebro por encima de otro. Y todos lentos.
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