Los teóricos de las campañas electorales se precian de conocer los mecanismos que mueven la voluntad de los votantes y urden, en consecuencia, planes y ... estrategias comunicativas para cada convocatoria: actos multitudinarios, debates, encuentros, paseos por los mercados, niños osculeados y alzados al aire, visitas a centros de mayores, festejos, y todo tipo de espectáculos en los que resalte la personalidad del candidato, su capacidad de convicción y empatía, sus sonrisas y hasta el más mínimo gesto que pueda contribuir al arrastre de un simple voto. Porque el elector es esa persona que goza del privilegio de votar por un candidato elegido por otros.

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Parece claro que la comunicación personal prima, pero no siempre es posible. En cambio, se pueden llenar pabellones de deportes atestados de incondicionales entusiastas --justo quienes menos necesitan ser aleccionados--, pero nunca se sabe si podrán convencer al vecino de rellano o al compañero de oficina.

Siguiendo el modelo anglosajón, también está bien visto llamar a las puertas y saludar a los miembros de la familia que está tan tranquila tomando el té de las cinco, ajena a tamañas intrusiones (¿o preparadas intrusiones?). Resulta fotogénico irrumpir de sopetón en la apacibilidad de los hogares. Sale bien en la tele, aunque creo que esto se lleva más en las campañas municipales, donde se supone que el candidato conoce a casi todo el mundo y despliega así su probada campechanía. Esta táctica no deja de parecerse a la venta domiciliaria de enciclopedias (producto ya en decadencia, dado que están subsumidas por las electrónicas, y porque, en cualquier caso, nadie lee), de artículos de belleza (Avon llama a su puerta) o de mensajes religiosos advirtiendo del próximo fin del mundo (arrepentíos, pecadores).

No sabría cuantificar hasta qué punto las redes sociales pueden ser responsables de la decisión de los votantes al acercarse a las urnas. Se dice que existen ejemplos de comicios previos, como en Brasil, donde el papel de estas nuevas herramientas ha sido determinante. Sin duda, los mensajes políticos necesitan una comunicación apropiada para poder llevarlos a efecto. Para mover la voluntad de los tibios están las encuestas. Unas porque reafirman a los afectos; otras porque asustan a esos mismos afectos. Pero siempre sujetas a un amplio margen de error. Obsérvense lo atinadas y certeras que han estado en las últimas convocatorias, por más que pretendan envolverlas en el celofán de la estadística, las proyecciones y simulaciones, o de la siempre sospechosa “cocina”. Personalmente, creo más en el ojo de buen cubero y en los augures que descifran los signos del cielo, la posición de los reptiles o los intestinos de las aves, que en los profetas de los resultados electorales. Ya se verá.

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