ACUDIÓ Antonio Pampliega a Salamanca. La semana pasada visitó la Facultad de Comunicación de la UPSA, y allí abordó desafíos profesionales que ha brindado su ... trayectoria como corresponsal de guerra. Alguien que ha cubierto conflictos en Afganistán, Somalia, Irak, Sudán del Sur, Ucrania, Siria... tiene cosas que contar. Precisamente en Siria fue secuestrado por Al Qaeda, y en manos de estos terroristas permaneció durante diez interminables meses.

Publicidad

Y por qué las guerras han de importarnos, se preguntó. “Pues porque hay vidas en juego. Vidas de personas que son como nosotros, con independencia de cualquier diferencia en cuanto a color de piel, etnia, religión o lo que sea”, vino a decir. Convendría no olvidarlo: “como nosotros”, siempre. De ahí aquel clásico adagio de Terencio. Si nada humano me es ajeno (“Homo sum, humani nihil a me alienum puto”), aquello que ocurra a unos miles de kilómetros también me debería resultar cercano y propio. En realidad, este autor de comedias nos estaba brindando una certera definición de política. Ya en el siglo II a.C., Terencio nos acercaba al sentido más auténtico de la política: la política con mayúsculas, por así decir, que mucho difiere de ese politiqueo de cartón piedra que tanto abunda.

Podría parecer paradójico que un corresponsal de guerra se encuentre en España, mientras está desatada la que ha propiciado el invasor Putin. Pampliega ha cubierto la guerra del Dombás, que se prolonga desde 2014, y ahora no está allí por una sencilla razón: “A un medio le propuse que sólo iría con seguro de vida. A los 25 años vas de cualquier forma. A los 30 también. A los 35 te lo piensas más, pero sigues yendo. Ahora no puedo ir y, si me pasa algo, dejar desprotegida a mi hija”. ¿Cómo no comprenderlo? Sería muy estúpido advertir cobardía en esa decisión no menos valerosa. Los hijos, claro, brindan otra perspectiva: “Una vez que eres padre, ves a tu hija en todos los niños que sufren”, añadió.

Ese “todos”, al igual que ese “como nosotros” al que antes aludíamos, contrasta con una tendencia dominante. Vivimos tiempos donde se explicitan, y muchas veces se exacerban, múltiples rasgos identitarios. Nada que objetar, siempre que la anécdota (nuestras diferencias) no nos impida reconocer la categoría (nuestra sustancial semejanza). Todo aquello que nos separa es bastante más secundario que lo compartido: que aquello que nos une y nos vincula en tanto que seres humanos. Siglos después de Terencio, John Donne nos dejó aquel mensaje cuyo verso final tomó Hemingway para su novela: “La muerte de cualquier persona me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad. Por consiguiente, nunca preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti”.

Publicidad

Por cierto, DEP la periodista salmantina Celia Sánchez. Una vida truncada demasiado pronto. Descarnadamente pronto.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Disfruta de acceso ilimitado y ventajas exclusivas

Publicidad