La noche cubre con su suave caricia los delicados trajes de caminantes recelosos. Un paso, otro paso, otro paso. Andan con un fin y un ... sentido, andan por algo, por alguien, quizá por todos. No tiene que ser por lo mismo, pero van por un mismo camino, con un mismo ritmo. Juntos.

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Recorren las calles con la sobriedad castellana de gente recia y solemne, que encara los fríos y los retos hombro con hombro. Puedes ser uno de ellos, puedes ser uno de los que se sitúan en las calles para verlos marchar, puedes ser alguien que ha preferido quedarse en la cama disfrutando de los placeres de Morfeo. Y todo está bien, puedes elegir.

Las líneas de capirotes rasgan el cielo clamando su fe, gritando en silencio los dogmas compartidos de padres a hijos, las costumbres de ayer, de hoy y, espero, que de mañana. Pero tú calla. Calla y siente, respira, observa. Deja que esa oleada de sentimiento te inunde y te lleve a reflexionar, a disfrutar, a vivir. Calla y piensa, sitúa tu cerebro, tu alma, tus sentimientos y déjales que se abracen, que dejen de pelear, que se den una tregua. Lo necesitas.

Escucha el rumor de los cansados pasos, de los pies que se arrastran, de las telas que disfrutan de sus momentos de gloria, sabiendo de los duros meses de armario que les esperan después. Calla para oírlo. Y el sol viene al rescate, comienza a asomarse entre las cúpulas de las iglesias y catedrales, y llena de calor, ánimo y esperanza a los cansados protagonistas de esta y cualquier procesión. Los tonos dorados, tan de nuestra ciudad, enganchan la esperanza del que ya no podía más, y le lleva a seguir andando. Se puede, tú puedes. Calla y empuja.

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Estamos en una época de velocidad desmedida, de muchas palabras sin mensaje, de olvidar lo de ayer porque mañana ya no vale. Vivimos más rápido de lo necesario sin nadie que nos multe, o nos haga frenar.

Y no sé si tú eres cristiano o no. No me importa. Pero seguro que estás conmigo que estos días son necesarios. Días de callar más, de hablar menos, de pensar más y devolver menos. Para mí eso es la Semana Santa, un precioso paréntesis de reflexión e introspección. Quizá vayas a aprovechar para viajar, visitar a amigos, a la familia... Pero date tu tiempo, piensa en esos hombres caminando despacio y en silencio, y busca tus motivos y tus razones.

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Las puertas de la Iglesia esperan de par en par abiertas a todos los que llegan cansados de caminar. El sentimiento de fe, de superación, de orgullo se huelen en silencio y se disfrutan por los rincones. Hasta el año que viene.

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