Los viejos cafés de finales del XVIII y principios del XIX eran verdaderos centros de opinión donde los contertulios hablaban de política o de acontecimientos ... sociales, despellejaban a tal o cual personaje o simplemente conversaban sobre cualquier fruslería entre sorbo y sorbo. ¿Qué se bebía en santuarios tales como el Café de San Sebastián, el de la Plazuela del Ángel o la Fontana de Oro, de Madrid? Café. Por su parte, los establecimientos londinenses mantenían una tónica similar, pero eran más recogidos --acaso el clima lo imponía-- con chimenea y buena lumbre. Los parroquianos conversaban a media voz, algo que, en opinión de un viajero español, parecía “como si tuvieran miedo de ser oídos” y les confería un aire taciturno muy diferente del comportamiento en los cafés españoles en similares circunstancias. Entre el crepitar de troncos, el humo y las pavesas, los circunspectos londinenses tomaban café, té, ponche o ginebra. Esta última bebida se había importado de Holanda, país tradicionalmente aliado de los ingleses. A caballo de esos dos siglos, la ginebra pugnaba por desplazar a los caldos españoles, tan apreciados en las centurias precedentes. Ahora se frenaba el consumo del vino mediante exorbitados aranceles. Voces hubo en la prensa abogando por el vino francés y denostando el “veneno” de los vinos de Oporto, que, a la sazón, recibían mejor trato impositivo. En el castigo llevaron los británicos su penitencia, porque la ginebra, abundante y barata, ocasionó no pocos desasosiegos entre las clases dirigentes, pues los índices de alcoholismo se dispararon entre los estratos más humildes, que la trasegaban en ingentes cantidades.
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Tanto en Madrid como en Londres los contertulios seguían, mayormente, aferrados al café y al té. Y también al chocolate, bebida que ya Larra en el primer tercio del XIX reconoce como serio rival de las más tradicionales. El té tuvo menor predicamento en nuestro país, salvo en círculos sociales de alto copete. Los viajeros británicos echaban en falta su infusión nacional y tenían que conformarse con el clásico chocolate, baluarte y bastión de nuestro brebaje patriótico por excelencia frente al bebedizo inglés, extranjerizante e imperialista, que solo servía, como dice un personaje de la novelista Fernán Caballero, para aliviar en casos de indigestión gástrica. El chocolate, en cambio, era una consumición más “teologizante” entre los mejores ambientes patrios. Polémicas hubo sobre si la ingestión del chocolate –tónico, afrodisiaco, bebida de dioses que el Dr. Johnson tomaba en Londres con mantequilla desleída en el tazón-- quebrantaba el ayuno y la abstinencia. Al fin, perdimos la primacía chocolatera. Otra victoria internacional de la pérfida Albión a lo largo de la historia. Una más, aparte de Gibraltar, claro.
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