El pasado lunes fue triste, aunque ustedes no lo hayan notado más de lo habitual. Afirman los oráculos --¿serán los “expertos” del ministerio de Sanidad? -- ... después de sesudos análisis, estadísticas, informes y dictámenes, y tras haber destripado varias aves, batracios y otras animalías para estudiar la tripicallería de las víctimas propiciatorias, que el tercer lunes de enero es el día más triste del año. Resultado empírico. Blue Monday, le dicen en el lenguaje casi universal, tomando la acepción de blue no como color, sino con un contenido metafórico cargado de melancolía, pesadumbre, abatimiento, saudade y murria. Ya nos lo recordaba el Black is black de Los Bravos: “I’m feeling blue...” Parece ser que un psicólogo inglés dio con una fórmula hace quince años que le permitió proclamar lo incuestionable del hallazgo. Para empezar, un psicólogo con una fórmula (quiero pensar que matemática) ya me resulta sospechoso. Máxime si los ingredientes para la formulación son tan etéreos e inasibles como los excesos navideños, el incumplimiento de las metas y propósitos adoptados el primer día del año que, evidentemente ni se cumplen ni se alcanzan, el rastro de deudas en las rebajas y otros posibles impactos económicos, emocionales, familiares y/o sociales. En principio, el lunes tristón no debería causar más desazones que el viernes de dolores, pongamos por caso, o el mismísimo Black Friday, auténtico piélago de vanidades y consumismo.
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Pero este año sí se dan unas circunstancias más proclives a la depresión anímica. Ocurre tanto en el tercer lunes de enero como en el resto de los días de la semana, y me temo que también en febrero, y en marzo, y en abril, y... La pandemia ha traído consigo multitud de agobios, tristezas y depresiones para quienes las padecen en sus propias carnes, para quienes han estado al cuidado sanitario de las víctimas, y para quienes han sufrido la pérdida de seres queridos. Ahí sí que la labor de psicólogos y psiquiatras está justificada. Ahí sí se precisa su ayuda profesional, más allá de la pintoresca casualidad del Blue Monday que este año coincidió, además, con el día de Martin Luther King.
En el mismo escenario del famoso discurso “I have a dream...” tomó posesión Joe Biden. Un tanto deslucido el acto, debido a la tonalidad dominante: uniformes de campaña y escasez de público. Triste día para Trump que tiene que exiliarse en Florida y pasar privaciones, lo mismo que Puigdemont en Bélgica. Dos exiliados políticos que para nuestro vicepresidente son equiparables a los perdedores de la Guerra Civil española cuando huían hacia la frontera arropados con una manta. Para el del moño empericotado ningún lunes es tristón desde que dejó el barrio vallecano y goza del lujo residencial en la sierra madrileña. Claro, porque él es de la casta.
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