Salió Bale el pasado sábado al campo del Santiago Bernabéu sustituyendo a Rodrygo y recibió la pitada del siglo por parte de ese público que ... los cursis llaman respetable.

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Vamos a ser sinceros. Aunque los futbolistas y entrenadores no se atrevan a decirlo por cobardes, ese público que acude a ver un partido de fútbol y al que llaman respetable, considerado así en masa, mucho más que respetable es un ente desagradecido, grosero y con frecuencia impresentable, que amparado en el refugio que le procura el anonimato del rebaño y la gran masa suele convertirse en un ser despreciable, propenso a los gritos violentos, homófobos y racistas. En el preciso caso que nos ocupa hoy, las pitadas a Bale, no llegan a tanto, pero desde luego demuestra ser un público extraordinariamente veleta y caprichoso, con escasas luces para distinguir a un buen de un mal futbolista y que actúa manejado por el ruido mediático de ciertos programas de cotilleos deportivos.

Tal es así, que cuando Bale entró en el campo allá por el minuto 66 de la segunda parte y como el ruido mediático lo había convertido en un villano para el madridismo con argumentos tan “poderosos” desde el punto de vista futbolístico o deportivo como que le gusta demasiado jugar al golf, no domina como debiera nuestro idioma y celebra con alboroto los goles y la clasificación de su país, recibió la mayor pitada que pueda recibir un futbolista al saltar a su propio campo de fútbol.

Pero como Bale también es uno de los futbolistas más prodigiosos que en la actualidad pueda contemplarse en un terreno de juego, tras su primera jugada, la colosal pitada comenzó a mermar y se convirtió en pitadita. Con la segunda internada de Bale por la banda comenzaron a aparecer junto a los pitos los aplausos y con su tercera intervención ya conseguían incluso imponerse los aplausos a los pitos.

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Lamentablemente, el partido sólo duró los pertinentes 90 minutos de juego más el descuento. Si hubiera durado otros cinco minutos más, podríamos haber contemplado un hecho insólito jamás vislumbrado en las gradas de un estadio, como sería el hecho de que un jugador que entra al terreno de juego recibiendo una soberana pitada termina el partido en medio de la mayor ovación tributada a un futbolista que usted o yo, podamos recordar.

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