Un accidente doméstico me ha propiciado un corte en la yema del dedo índice de la mano izquierda que me tiene semi incapacitado para según ... qué letras del teclado. No hay verano que en el cható no incremente mi fama de pupas y más de una vez haya terminado en Urgencias; pero en esta ocasión no. He preferido no atascar más el servicio y evitar que mi admirado Jorge García Criado, jefe del servicio, me tache de flojo y me despache con una tirita, y eso que uno siempre tuvo a las Urgencias como un recinto de huesos quebrados, piteras, cortes, quemaduras y picaduras de insectos candidatas a Urbasón o similar. Por cierto, ¿qué función cumplen en la naturaleza las avispas aparte de molestar y mucho? Como digo, tengo un amplio historial de averías dignas de reconocimiento en el servicio hospitalario, aunque mi estreno lo liquidó un practicante de los de antes. Se llamaba Eliseo Carrascal y su llegada a un portal aterraba a los chavales, que aún recordamos –ay, milennials, lo que os habéis perdido—el protocolo de agujas, jeringas y frascos antes del inyectable o “banderilla”. La presencia del practicante del barrio nos volvía invisibles. Fui un gran cliente de don Eliseo, que un día me curó de una quemadura porque el niño, o sea, yo, tuvo la ocurrencia de meter una horquilla del pelo en un enchufe. Además de dejar al edificio sin luz gané una quemadura importante y eso que entonces la luz era a 125 y no a 220 como ahora. Los milennials de hoy tampoco la conocieron. Y así podría seguir. Su hijo, Eliseo Carrascal, alcanzó la cátedra de Histología. La mejor colección española de microscopios es suya y está depositada en nuestra Universidad, lo que lamentablemente no cuenta para situarnos este curso entre las primeras quinientas universidades del mundo del famoso ránking de Shanghai, aunque estamos brillantemente situados en ciencias de la alimentación, por ejemplo, y muy bien tratados por otras listas, quizá no tan famosas. El caso es que el dedo índice de la mano izquierda para un diestro puede no ser importante hasta que uno se encuentra en mi situación. Teclear la T, la G o la V se me hace cuesta arriba y el dedo medio tiene a estas alturas una sobrecarga de trabajo como la de los sanitarios en estos tiempos entre pandemia, vacaciones y recortes. Me cuentan y no paran.

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Con San Roque, la fiesta de ayer, entramos en otra fase del verano y cierta tranquilidad festiva antes de la llegada de los festejos albenses o Peñarandinos, y la Feria de Teatro en Ciudad Rodrigo. Antes, el ferragosto salmantino terminaba aquí, pero con el cambio climático ya no sé qué decir. San Roque es uno de los santos de la peste con San Fabián y San Sebastián, según el sabio Antonio Cea. Debiéramos haberlo tenido más presente estos años pasados y eso que aquí, en la ciudad, éramos más de San Boal. El Fuero de Salamanca manda que “los dineros de San Bonal dénlos entrante mayo, que Dios nos dé la lluvia” y el día del santo, el 20 de mayo, salía la procesión con las autoridades y el dinero entregado confiados en que habría lluvia y nos libraríamos de la peste, como aquella de 1413 que hizo estragos. No sé si no nos tocará, por la sequía, retomar algunas creencias de otros tiempos, además de confiar en la ciencia, claro. Supongo que cuando mis amigos macoteranos bailaron ayer a San Roque como si no hubiera un mañana lo hicieron pensando en la peste (Covid) y la lluvia (Cambio Climático) como un ejercicio de actualización de devociones y tradiciones.

En fin, poco a poco vamos consumiendo el tiempo de las paellas populares y las verbenas. Las “Pikante”, “Versus” “SMS”, “Expresión”, “La Huella”, “Vulkano”, “Ipanema”, “Imanfaya” que iban cerrando las noches y abriendo los días recogerán trajes, instrumentos y cables y hasta otro año, compañeros. No hay imagen mejor para señalar el final del verano, que cantaba décadas atrás el “Dúo Dinámico”: “El final del verano, llegó y tú partirás” decía, aunque este año con la marcha del verano llega un tiempo de incertidumbres que ya veremos.

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