Allá por el mes de junio de 1937, es decir, en plena guerra civil, el Teatro de la Zarzuela de Madrid abría a diario sus ... puertas con la reposición de “La Dolores”, estrenada originalmente en 1895, considerada por muchos críticos como la mejor ópera española de todos los tiempos, y sin duda, una de las obras cumbre de nuestro paisano Tomás Bretón, a quien por cierto, este año deberíamos estar celebrando por todo lo alto ya que se cumple el primer centenario de su muerte, pero a quien estamos homenajeando frugal y tímidamente quizás para no romper con ese espíritu tan genuino y que nos ordena en cualquier caso a todos los salmantinos ser extraordinariamente parcos y cicateros con nuestras grandes eminencias culturales.

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Pero a lo que iba. Lo que resulta sorprendente de aquel reestreno de la “La Dolores” con libreto de Feliú y Codina, es que en plena contienda fratricida, los españoles todavía tuvieran el humor y las ganas de una vez escuchado en la radio el correspondiente parte de guerra, comenzaran a acicalarse y ponerse bien guapos para acercarse a entretenerse y olvidar sus arrebatos sangrientos en brazos de la música, que en este caso glosaba algo tan modernísimo como las cuitas de una mujer que intentaba hacerse valer ante el decidido machismo y la hipocresía imperante en el ambiente rural español, donde los propios varones que la menospreciaban por ser tan supuestamente ligera de cascos y carecer de honra, eran los mismitos caballeros que tanto se habían prodigado por intentar llevársela al huerto.

Si tienen interés por escuchar la obra completa tienen en Spotify colgada una versión estupenda interpretada por la Orquesta Sinfónica de Barcelona y con Plácido Domingo encarnando uno de los papeles estelares, en una elección que no deja de ser de lo más premonitoria y pintiparada, ahora que sabemos de lo que recientemente le acusan ciertas damas que en algún momento han compartido escenario y partituras con él.

Esas insólitas imágenes de cantantes y orquestas en las devastadas calles de Ucrania, rodeados de gente que baila completamente abstraída de la muerte y la destrucción de la guerra, puede que también expliquen aquellas otras de los madrileños llenando cada noche el Teatro de la Zarzuela de Madrid para escuchar la obra de nuestro paisano Bretón y para aferrarse a la música como medicina para el alma en tiempos de devastación, ese hermoso y espiritual salvavidas que con tanta frecuencia nos mantiene a flote.

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