Monto fatal en bicicleta (ni por asomo me atrevo a coger una eléctrica) y soy incapaz de ponerme un tubo para respirar bajo el agua. ... Así es. Nado como un pez y cuando era joven y no me dolían los oídos al sumergirme era capaz de bajar ocho o diez metros a pulmón. Pero todo eso fue a base de pico y pala. O lo que es lo mismo, de empeñarme en nadar mejor, en ponerme a prueba buceando... Porque a nadar, me enseñaron en el colegio, pero el resto... Mi padre no me hacía ningún caso. Vivía una realidad aparte. Siempre centrado en su trabajo y preocupado por prosperar y ganar dinero. Era una obsesión. Y hay que reconocer que nadie lo merecía más, por lo muchísimo que trabajaba. Creo que siempre le quedaba el recuerdo de haber sido pobre -por culpa de su padre, ludópata perdido, que se jugó hasta el último céntimo de la fortuna familiar- cargar piedras a la espalda y pararse cada tarde frente a la misma pastelería, hasta poderse permitir comprarse una empanadilla de mazapán. (Cuando por fin pudo permitírsela y la mordió, estaba llena de gusanos). Pero el caso es que mi madre, para paliar esa falta de atención me cuidaba tanto que no me dejaba ni montarme en un triciclo de cuatro ruedas no fuese a caerme. Así que no me enseñó a montar en bici y mucho menos a bucear con tubo. Le daba miedo hasta que saltara a la comba porque, “me podía sacar un ojo” y acabé, como es natural, haciéndolo todo a sus espaldas. Si a cualquiera le costó hacer cualquier cosa en la vida, a mí el doble, porque mi padre nunca me apoyaba y a mi madre siempre le parecía un riesgo innecesario “¿para qué quieres hacer todo eso, con lo mona que tú eres? Ella, aunque hija de una mujer muy trabajadora supongo que, por influencia del retroceso del franquismo, siempre fue de lo más tradicional. Mi abuela, de familia humildísima, se sacó oposiciones, se convirtió en traductora de inglés y hasta jugaba al tenis, pero mi madre fue educada, como tantas otras señoritas de su tiempo, para casarse bien y ser una estupenda ama de casa. Yo se ve que salí a mi abuela, porque desde bien pequeña siempre pensé en buscarme la vida. Aunque nunca se me ocurrió pensar, como mi padre, en lo que fuera más rentable, sino solo en lo que me hiciera más feliz. Y creo que elegí bastante bien. Eso sí, tal vez por ese efecto que procura vivir en el escaparate, nunca quise aceptar algunas cosas de esas que sabe todo el mundo y que yo no sé, que sobre todo emergen en el verano. Como eso de la bicicleta y el tubo. No pasa nada por no saber. Lo importante es aceptarlo. Para aprender, nunca es tarde. Pero es mucho mejor si te lo enseñan tus padres. Porque te prestan atención, pero sin querer sobreprotegerte.

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