HACE dos semanas comencé mi columna recordando las palabras de Pablo Casado, quien aseguró que “la Guerra Civil fue un enfrentamiento entre los que querían ... una democracia sin ley y quienes querían la ley sin democracia”. El lunes pasado, el propio Casado elogió la ponencia de un nostálgico Ignacio Camuñas que no sólo acusó explícitamente al gobierno de la República de haber provocado ese conflicto que destrozó España, sino que aseguró que el levantamiento militar de 1936 no fue un golpe de Estado.

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Me pregunto cuándo acabará esta dialéctica absurda, perversa, que no sé a quiénes tiene por destinatarios. Aunque luego despertase –para morir pronto de asco–, hasta Unamuno se dejó encandilar por la retórica redentora de los sublevados, creyendo ingenuamente que los militares vinieron a salvar a una República tambaleante. Pero lo que ocurrió aquel desdichado 18 de julio fue un golpe, y lo que le siguió fue una dictadura de hierro. En España nos rigió un caudillo, igual que en Alemania lo hizo un fhürer y en Italia un duce. Nuestras camisas fueron azules, porque el pardo y el negro ya estaban tomados. Aún hoy, nuestra hora oficial coincide con la de Berlín, pues así lo quiso Franco en 1940, durante el apogeo del Reich.

En pleno siglo XXI, escenificar una judicialización a semejanza de Nüremberg carece de sentido. Pero nuestra España, harta de que haya una mitad que hiele el corazón a la otra, se merece algo mejor que un discurso escapista. No siendo posible de otro modo, es la historia la que debe juzgar a la dictadura franquista. El Generalísimo ya se encargó durante cuarenta años de imponer su forma de “arreglar las cosas” con quienes no le secundaron. Ahora no es el momento de la venganza, sino de ayudar a las nuevas generaciones de españoles a rescatar la memoria de ese tiempo. Quien no conoce su historia está condenado a repetirla.

Por el bien de todos, a Casado le pido que sea consecuente con lo que dijo el pasado 22 de octubre en su enfática respuesta a ese líder de los caminantes verdes que jugaba a ser presidenciable: “hasta aquí hemos llegado”. Cierto es que hay asuntos graves y urgentes que atender: la pandemia, la crisis económica, el desempleo, el recibo de la luz, el futuro de las pensiones,... pero se puede caminar y mascar chicle al mismo tiempo, y no es éste un asunto que merezca más retrasos. No hiera sensibilidades mezclándolo con el terrorismo, que no tiene nada que ver. Demuestre a su electorado que ha pasado de pantalla. Asuma el reto; apruebe esa asignatura pendiente que aún le distancia de la derecha democrática occidental. Sea coprotagonista del esclarecimiento de la verdad de la dictadura.

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