CAMINO por el lado de la calle donde hay sombra, la que menos arde, mientras canturreo “cuando calienta el sol, aquí en la playa” de ... los cubanos Rigual, que es un clásico de los discos solicitados de mi infancia en la voz de Conchita San Román y Antonio Fidalgo. No veo a nadie conocido. Mi reponedora de medicinas me ha dicho que los clientes son, en su mayoría, turistas: los vecinos se han ido. Ver turistas en Salamanca es un regalo para la vista, el ambiente y el negocio después de todo lo que hemos pasado. Incluso hay algunos extranjeros. El lunes, Inés Criado, una de las guías turísticas más conocidas de Salamanca, me avanzó que también comienzan a moverse los cruceros por el Duero. Ese día, terrazas y restaurantes registraban una extraordinaria ocupación. Quizás hayamos doblado la curva del turismo y recobremos aquella normalidad ahora que somos casi inmunes como rebaño y hasta regresan los toros a nuestras plazas, incluida La Glorieta. Hay que izar ya La Mariseca a la espadaña municipal y cumplir con el rito. Ángel Rufino de Haro, “Mariquelo”, se va a encaramar a la de la iglesia de Valdesangil, anunciando, quizá, su subida de octubre.

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Por la calle, los transeúntes sudan la gota gorda, y ahora me viene a la memoria “arde la calle al sol de poniente, hay tribus ocultas cerca del río, esperando que caiga la noche...”, la inolvidable canción de Santiago Auserón, de Radio Futura, que proclamaba que hace falta valor, hace falta valor, que es lo que reclaman a Pedro Sánchez, valor, para terminar con los “calambrazos”. Vamos a acabar el año con los pelos de punta, electrocutados por la factura de la luz. José Luis Figuereo, conocido como “El Barrio”, cantaba el viernes en Guijuelo “qué cosas tiene la vida, que hacen que mis verdades se conviertan en mentiras”. Hoy el turno es para Bertín Orborne. Pelos de punta puso en La Alberca su vecino José Luis Puerto, relatando fantasías infantiles entre las calles de su pueblo, mucho antes de ser secretario de Rafael Alberti. Mañana regresa “La Loa” albercana coincidiendo con San Roque y el reparto de chichas y huevos fritos en Villamayor. Un alivio en un año sin Día del Calderillo ni muchas paellas populares.

Espero que, de verdad, estemos doblando la curva y la inmunidad de rebaño traiga la auténtica normalidad, que no acaba de llegar a pesar de los anuncios. Mientras atisbo al fondo de la Rúa los puestos alfareros canturreo que en los mapas del tiempo el sol siempre es amarillo. La canción tiene buenas copias, pero la original de Toquinho y Vinicius de Moraes es mi favorita, como mi paisana Elena Salamanca lo está entre mis reporteras de cabecera. A punto ha estado de ser arrojada a la hoguera esta semana, lo que demuestra que para según qué cosas aún estamos lejos de la inmunidad. El martes es su santo, y el de Elena Diego, Elena Conde, Elena Noci, Elena Martín... hay un centro de salud dedicado a Elena Ginel, cuyo hijo tuvo en el último MIR la mejor nota de Salamanca; cuando pueda lea “Devuélveme la luna”, de Elena Moreno, con trasfondo salmantino; entre nuestras artistas tenemos a Elena Núñez, Elena Fidalgo, y en la farándula a Elena Román, por ejemplo, y no me olvido de nuestra Helena Pimenta, y de que hubo en Salamanca una fábrica de harinas “Santa Elena”, cerca del Mercado de San Juan. Mientras recorro las maravillas de nuestros artesanos del barro en la Plaza de Anaya, donde abundan los Dueñas y los Pérez, nuestros clásicos, y los árboles atenúan el calor, suena de fondo en mi memoria el insistente “qué calor, en la ciudad, qué calor, qué calor...”, que cantaba Palito Ortega cuando aún existía la canción del verano. ¿Se ha fijado que no hay? A ver si es un afecto secundario de la inmunidad.

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