La Guerra de la Independencia librada en tierras salmantinas fue objeto de multitud de estudios históricos, sin olvidar la filmografía y, por supuesto, la narrativa. ... Un ejemplo de esto último lo vimos hace diez años con la obra del general de Caballería Carlos Bravo Guerreira titulada “De Austerlitz a Ciudad Rodrigo 1805-1812”. Digamos, a modo de revelación personal, que el autor de esta novela histórica es natural de Aldea del Obispo y que, por azares de la vida, fue el capitán de mi compañía cuando hice parte del servicio militar en Hoyo de Manzanares.
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La gesta de las tropas inglesas, irlandesas, portuguesas, alemanas y españolas, enfrentadas al hasta entonces imbatible ejército de Napoleón, se siguen recordando en arcos de triunfo, columnas y monumentos por todo el mundo anglosajón, donde figuran los heroicos topónimos de Ciudad Rodrigo, Arapiles y Salamanca. No en vano la capital de Tasmania, Hobart, tiene su “Plaza de Salamanca”; y en Wellington, la capital de Nueva Zelanda, “Salamanca” es el nombre de una de las estaciones del funicular que lleva al campus universitario. Por poner tan solo un par de ejemplos extraídos de las antípodas.
Hace apenas un mes, la embajada británica organizó un homenaje a los héroes de Arapiles en el mismo lugar donde se encuentra el monolito conmemorativo de la batalla que se extendió por un frente de varios kilómetros. Desde los calvos cerros de los arapiles (grande y chico) donde se aprecian a sus pies interminables lontananzas, los generales movieron las tropas por la llanura salpicada de uniformes y de cañones vomitando metralla en plena sofoquina estival (se dice que habría unos cuarenta grados). Cien mil soldados lucharon durante esa larga jornada en la que se produjeron casi veinte mil bajas entre muertos y heridos. La victoria fue para los aliados. El general francés, que perdió un brazo en la refriega, envió a Napoleón, entonces en pleno frente ruso, un mensajero con la triste nueva del aciago resultado que marcó el inicio de la decadencia de su ejército.
Hace dos días, como es tradicional, se celebró otro acto en idéntico escenario. De nuevo la memoria histórica trajo a colación una fecha a la que ya en su primer centenario (22 de julio de 1912) el periódico El Adelanto –LA GACETA aún no existía--le dedicó un número especial de once páginas, cerrando así un apretado programa conmemorativo que desde el Ayuntamiento de Salamanca se había empezado a gestar el 16 de febrero. La Diputación consignó 2.000 pesetas para los fastos, a los que de forma entusiasta se unieron todas las autoridades. Según escribió Unamuno, el centenario salió “mucho menos mal que pudo temerse en un principio”. Teniendo en cuenta las reticencias del rector hacia los elogios castrenses, puede inferirse que el acto cívico-militar fue un éxito.
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