El periodista estadounidense Arthur Buchwald no ha pasado a la historia por sus ¡ocho mil columnas!, en el Herald Tribune y el Washington Post ... , sino por afirmar que “es mas fácil morirse que encontrar aparcamiento”. Otros hemos tratado de aparcar sin morir en el intento. Que nos lo cuenten a los de movilidad reducida, que las plazas reservadas suelen utilizarse por repartidores en apuros o por simples caraduras.

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Sí, morir es una malísima costumbre, pero sencilla. No hace falta estar en “edad de merecer”, de palmar, como ha demostrado la pandemia. Lo cierto es que, por razones biológicas, se te van muriendo el padre y maestro; la madre, “el clavillo del abanico”, que mantenía unida las varillas; los mejores hermanos; los de la fórmula “y demás familia” de las esquelas; amigos, compañeros del alma, compañeros. Y con frecuencia echas en falta su presencia, su abrazo, y te sientes profundamente huérfano. No son solo referencias de tu vida, como los de hoy, Rafaela Carrá, Tico Medina o Richard Donner. Son más próximos, ¡prójimo!, quienes han hecho contigo el bachillerato, la carrera y la mili; con los que compartiste tantos dry Martini, o unas buenas tencas; adversarios a los que no tuviste tiempo de excusarte por aquel denuesto; colaboradores en algunas tareas, a los que dudas que hayan percibido tu enorme gratitud; políticos de mucha o poca nombradía, que trataste cuando tú temporalmente lo fuiste; aquellos con quienes mantuviste agrias polémicas, que nunca debieron producirse... A estas alturas, tu agenda se parece a un camposanto, plagada de cruces por los que se fueron, pero que tú no borras, ¡como si con ello pervivieran! Vas a los lugares donde te los encontrabas y ni están ni se les espera. Porque antes cumplías con la costumbre de despedirlos en el funeral o el cementerio, o leías su esquela, y constatabas su marcha, pero ahora ni eso. Sí, qué fácil debe ser morirse.

Será por ello que cuando alguien me pregunta “¿qué tal estás?”, suelo contestar lacónicamente: “Estoy” (añadiendo por los bajines, “que no es poco”). Espero que se demore el día que tenga que pedirle a San Pedro que me busque el aparcamiento eterno, ese que no te birla -con perdón-, ni Dios.

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