Creo que desde mis días en la facultad llevo culpando a la televisión de todos los males del mundo mundial; todavía hay quienes me recuerdan ... una pegatina puesta en mi coche en los noventa que decía “Kill Your Television”, asesina a tu televisor. Y la crisis del coronavirus me ratifica de nuestro débil equilibrio emocional y de propagar un estado de histeria mucho más peligroso y dañino que la propagación misma del dichoso virus. De la lejana China hemos pasado a abarrotar los supermercados de la lejana Salamanca en busca de víveres con los que pasar la III Guerra Mundial. Algo falla.

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Soy de natural positivo y optimista, algo que curiosamente suele parecerle mal a la gente, más propensa a tener sus vidas con vistas al fin del mundo. The end is near, el final está cerca, que rezaba la pancarta de un pirado, otro más, por las calles de Nueva Orleans...

Curiosamente la legión de pesimistas, puros muertos vivientes, que pasean por nuestras ciudades suele ser gente que se comporta como si la vida fuera eterna, de ahí esa percepción de que toda enfermedad es curable (¡fuerza campeón! le dicen a los desahuciados), de que todo accidente es evitable, y de que los cambios del planeta está en nuestra manos revertirlos comprando un “Toyota” azul.

Ahora llega el nuevo virus y nos volvemos locos, manipulados por políticos incompetentes y por unos medios audiovisuales sin responsabilidad ni vergüenza. Coronavirus: la serie. Y aunque los profesionales de la salud -que no los políticos de Sanidad- se desgañitan en llamar a la calma y al sentido común, las televisiones llaman al apocalipsis y nos cuentan los nuevos casos de uno en uno. Ni el SIDA, que sí fue y sigue siendo un gravísimo problema planetario de salud, recibió o recibe por desgracia tanta atención.

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Ahora mismo todo lo que necesitamos, además de amor, es normalidad, ser responsables por supuesto, pero vivir normalmente. Y en Salamanca, por fortuna, podemos vivir aún más normalmente. Y apaguen el televisor. O asesínenlo.

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