Y sin darnos cuenta ya estamos inmersos en septiembre y los colegios de nuestros niños han comenzado. Arranca el curso escolar más “dudoso”: inflación, alumnos ... con traumas postcovid y profesores “perdidos” ante la nueva ley. Todo es incierto en las escuelas y no les va a quedar más remedio que convivir y conciliar dos sistemas antagónicos: la Ley Wert o Lomce, que da sus últimos estertores y la Ley Celaá, que introduce nuevos contenidos y metodologías. Entre los principales cambios se encuentra el quitar peso a la clase de Religión. La Lomloe o Ley Celaá ha intentado evaporar una asignatura sin que se notase. Si dejamos a la asignatura de Religión la alternativa de una hora libre... la lógica dice que acabará muriendo por falta de matriculaciones.
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Desde este ojo que observa lo más conveniente hubiera sido proponer una asignatura espejo y no dejar la alternativa a esa formación con una hora sin contenido ni esfuerzo. Pero no solo estamos en eso, que ya es grave, sino que además en el aprendizaje dejamos sin estudiar la herencia riquísima de nuestro país a lo largo de la Historia. Obviar el conocimiento histórico de nuestra nación, la que un día fue la más poderosa del mundo, sin duda supondrá un recorte importantísimo en los conocimientos del alumno. La miopía campeará a su antojo y tendremos conocimientos sesgados de la realidad histórica de nuestro país. ¿Por qué? Pues solo se me ocurre una intención velada de adoctrinamiento implícito.
Pero además afrontamos un curso con los traumas postcovid, con alumnos que llevan sin relacionarse y con restricciones mucho tiempo. Según aportan los informes de los psicólogos, la adaptación a las normas tras dos años de libertades en casa, amén de la apertura de las relaciones interpersonales a un mundo más abierto que el del hogar, darán como resultado miedos e inadaptaciones lógicas a tener que enfrentarse a una nueva realidad. Si a ello le unimos las incertidumbres propias de los hogares que van a tener que hacer frente a muchos más gastos con los mismos ingresos, esto provocará en los niños, adolescentes y jóvenes, inseguridades añadidas a las de su propia edad.
Si a estas consideraciones sumamos las incógnitas de un mundo en crisis y en guerra, sí, en guerra porque estamos inmersos en una guerra en toda regla, la normalidad del mes de septiembre, aquella que suponía para la gente de mi generación el empezar el curso, en la actualidad se convierte en una “anormalidad creciente”. Recuerdo aquella frase que decían las madres: “Bendito septiembre de cartera, donut y orden” donde el desmadre de las vacaciones se reordenaba con el inicio del curso, en el que heredabas uniforme, libros, cartera,... porque entonces las cosas no cambiaban tanto y tan deprisa, por lo que todos, desde el principio, sabíamos lo que nos esperaba.
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Ahora toda aquella normalidad, es anormal.
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