El viernes se cumplieron 23 años del anuncio de la Capitalidad Europea de la Cultura en 2002. Entonces, el alcalde, Julián Lanzarote, descorchó el ... champán por la tarde y todo el mundo se puso manos a la obra al día siguiente. De los días previos recuerdo, sobre todo, mis persecuciones a Esperanza Aguirre, entonces ministra de Cultura, por los hoyos de Zarapicos para ver si soltaba prenda; y de los posteriores al 2002 una profunda “depre”. Gracias a aquel año de la “Capitalidad” nos salieron “friends” por todas partes, amigos que gustan de seguir viniendo por aquí y a los que hemos echado de menos estos meses pandémicos. Finalmente, el clamor popular no ha conseguido que se rueden nuevos capítulos de la serie “Friends” pero sí reunir a los protagonistas para comprobar cómo les ha tratado el tiempo, que es, también, la mejor forma de pasar el rato en la cola de la vacunación: ver cómo han envejecido los de tu misma edad. Al tiempo que los “friends” volvían a sentarse en su mítico sofá televisivo, en el PP de Salamanca se ponían las cosas tensas, como parte, quizá, de esa renovada normalidad que esta semana estará más cerca si Igea y Casado bendicen el paso al nivel 2 de alarma.
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Una de las consecuencias del alboroto político ha sido escuchar que el alcalde, Carlos García Carbayo, es un talibán, sea lo que sea ser talibán dentro de un partido, que es algo que ignoro, aunque lo intuyo tras la imposición del himno nacional en las escuelas murcianas, algo que evoca mi infancia cuando el nacionalcatolicismo estaba aún muy vigente. He quedado impactado y lo reconozco. ¡Quién lo diría! Habrá indulto o acuerdo, pero en el PP salmantino algunos dejarán de ser amigos. De momento el asunto no está en la calle, donde manda la proximidad del verano y los exámenes, que sí están en el ambiente coincidiendo con la llegada del mes de junio y obligan a la relectura de las historias de Jerónimo Hernández o Luis Enrique Rodríguez-San Pedro sobre aquellos exámenes en la Universidad clásica para ser bachiller o licenciado. Un ceremonial que acabó por darle trascendencia a la Capilla de Santa Bárbara, donde tenían lugar las encerronas, que vuelve a recibir turistas después de meses de silencio, cuyo elogio recrean de forma artística en la Torrente Ballester María Riera, Raquel Barbero y Gris García-Camino en la exposición “Elogio del silencio”.
Una de las consecuencias de aquel legendario 2002 fue el impulso extraordinario de nuestra gastronomía y hostelería en general: se renovó la cocina local y aparecieron nuevos hoteles. Por eso, vamos como una potencia culinaria –con varias “estrellas” y “soles”—a Madrid Fusión este lunes, apoyados en una despensa espléndida y reconocida, que antes de aquel 2002 muy pocos imaginaban, y vamos pastoreados por el diputado Javier García Hidalgo y el concejal Fernando Castaño, que celebra su santo, como sus colegas –no sé si “friends”—Fernando Rodríguez o Fernando Carabias, pendiente de “ascender” a Fomento esta semana. Suerte en todo caso. Y felicidades a Fernando Díaz, escritor; Fernando Mayoral, escultor; Fernando Saldaña, actor; Fernando Mateos, padre e hijo, empresarios; Fernando Calvo, investigador, Fernando Fernández de Trocóniz, exdiputado y alcalde, Fernando Pablos, procurador... A todos los Fernandos, que tienen en la Plaza Mayor su referencia artística: el Pabellón Real.
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