Falleció el comandante Juan José Aliste (siempre me pareció el suyo un bonito apellido zamorano), aún joven, con 65 años, aunque más joven era cuando, ... en 1995, los hijos de la gran puta de ETA estuvieron a punto de acabar con su vida. Sí acabaron con muchas cosas, tras tener que amputarle ambas piernas. No traté mucho personalmente con el señor Aliste, aunque sí lo suficiente para saber que era una persona íntegra y fuerte, pues su gesto siempre era agradable y su voz tranquila, prueba de que la rabia de la injusticia, la peor de las rabias, no le nubló su conciencia, es más: a pesar de todo, a pesar de la vida en la que le postraron los hijos de la gran puta de ETA. Aliste, creo, perdonó como ser humano y como militar (la disciplina es lo bueno que tiene), pero yo no perdono ni olvido, no soy uno de esos ciudadanos vascos que se acostumbraron a mirar para otro lado mientras la sangre corría por sus calles; no soy ese Parlamento español que ha dado carpetazo a nuestra alargada sombra terrorista, es más los terroristas se sientan hoy en NUESTROS escaños. No soy ese sinvergüenza de Zapatero, para quien los asesinos son “hombres de paz”. Vaya mierda de demócratas.
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Aliste fue para mí un ejemplo de dignidad. Lo veía -aunque él no me viera- y mi mente era una pura blasfemia. Ni un mal gesto, ni un rictus de debilidad. Un hombre afable, consecuente, valiente ante los reveses crueles e incompresibles de la vida: llevas a tus hijos al colegio y al segundo siguiente estás en una silla de ruedas. El comandante Aliste fue hombre querido y admirado precisamente por ello; no por su desgracia, sino por su sitio en la vida. Por eso me buscó Pedro, del Mesón Pedro y Mary -que, por cierto, ya no abrirá más- , para que le escribiera una columna bonita “a Aliste”; aunque ya pensaba escribirla, lo reflejo como pincelada del cariño de la gente, no por compasión, sino por el ejemplo que brindaba.
No creo que esta sea una columna bonita, pero sí es una columna con sentimiento. DEP, comandante. Buen trabajo.
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