Hace algunos años, las televisiones se llenaron de anuncios de una bebida energética que prometía dar alas a sus hipotéticos consumidores. Cuesta creer que existan ... seres tan cándidos e inocentes que lo interpretasen al pie de la letra, pero lo cierto es que en algunas de nuestras casas, viven adolescentes, una obstinada peña para la que no existe realidad que pueda oponerse a sus calenturientas fantasías, aunque estas sean tan disparatadas como salir volando por la ventana a la hora de, por ejemplo, ponerse a estudiar. Desafortunadamente, tras los primeros sorbos, comprobaron que aquel jarabe no funcionaba. Una demanda colectiva contra la citada marca le obligó a pagar 13 millones de dólares.

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Antes de eso, un ciclista que había ganado siete Tours, en un ataque de sinceridad confesó que había recibido la gasolina de ciertas sustancias dopantes para protagonizar sus hazañas. Entre otras consecuencias, su patrocinador le interpuso una reclamación que le obligó a pagar una multa de 5 millones de dólares. Más tarde, una compañía de calzado deportivo inició una campaña en la que aseguraba que caminar con sus zapatillas quemaban un determinado número de calorías. Otro requerimiento le costó al imaginativo departamento creativo de la empresa una memorable sanción.

Con trampas y timos parecidos han sido condenadas desde una fábrica alemana de automóviles a una famosa cadena estadounidense de comida rápida, desde una empresa italiana de chocolate a una multimillonaria red social. Todas ellas tuvieron su correspondiente pena, en virtud de leyes confeccionadas, consensuadas y aprobadas por políticos, que siempre tuvieron presente que en un mundo moderno y civilizado conviene descartar la estafa, la mentira, el engaño.

Confesaba recientemente Francisco Igea, candidato a la Junta de Castilla y León por Ciudadanos que comprendía que los votantes de su partido se sintieran decepcionados y cabreados al ver cómo hace exactamente justo lo contrario de lo prometido a lo largo de su campaña. No es el único, ni mucho menos, de los políticos que deciden hacer con su marca, lo contrario de su embaucadora propaganda. Pero a lo que vamos: Visto que del resto de publicidades engañosas nos libran, con mucha diligencia los políticos y sus necesarias y bienintencionadas leyes, ¿Quién redactará las leyes que nos libren de las mentiras de nuestros políticos?

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