Le escribo estas líneas desde Madrid, esa comunidad autónoma que se ha convertido en arma arrojadiza entre el Gobierno y el principal partido de la oposición, a costa de la salud de sus habitantes. Le hablo desde el estupor por todo lo que nos están ... haciendo vivir. No conviene acostumbrarse a las barbaridades por muy repetidas que sean. Por eso hoy en el titular le he dado la vuelta a las tres palabras que nos confinaron hace unos meses, para hablarle de la sensación que me produce lo visto y oído en los últimos días.

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El camino del disparate al que hemos asistido empieza en el kilómetro cero, en la capital del virus en Europa. La farsa comenzó sobre un escenario de 24 banderas sobre el que Sánchez y Ayuso intercambiaron falsedades y va a terminar en los tribunales. Cada uno tendrá sus razones, pero ninguna debería ser más importante que la salud de quienes les han puesto en sus despachos.

El recorrido del despropósito podría continuar por la serie de ignominias que una parte del Gobierno de la nación ha lanzado contra el Jefe del Estado. Los esfuerzos por faltar al respeto al Rey han llegado a tal punto que han resucitado al ministro de Universidades, conocido por su poco aprecio al trabajo. Se puede ser monárquico o republicano, pero dudar de la legitimidad de la Jefatura del Estado, sea Rey o presidente, es atacarnos a todos.

La travesía por los desmanes podría seguir por la manipulación de la Justicia. Se habla de indultos en el parlamento sin ningún rubor y se amolda el delito de sedición para sacar a unos políticos de la cárcel. Si a ello le unimos los aplausos de algunos diputados del PSOE a Bildu en el Congreso y la negociación para acercar a sus pistoleros a cambio de sus escaños, las señales no pueden ser más dramáticas.

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Antes de llegar al final de este trayecto desesperanzador conviene no olvidar todo lo que estamos conociendo estos días también en torno al llamado “caso Kitchen”. Que un partido en el Gobierno haya podido usar a la Policía para intentar robar documentos revela la idea que tienen algunos ex-poderosos de las instituciones del Estado.

No sé si en este 2020, que todos recordaremos hasta el fin de nuestros días, necesitamos una crisis institucional y otra política, para sumarlas a la sanitaria y a la económica. Solo sé que las dos últimas son globales y que las dos primeras son estrictamente domésticas y han sido creadas de forma artificial con fines partidistas. Deberían reflexionar sobre esto todos los que tienen algo de responsabilidad antes de agravarlas. Por eso hoy desde Madrid, me identifico más que nunca con el ejemplo de Castilla y León. En esta tierra han sido capaces de sumar consensos ante la pandemia y se han desmarcado del último espectáculo entre el gobierno y las autonomías. Ese debería ser el camino. Solo así se consiguen apagar las alarmas.

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