Les invito a que hagan un pequeño ejercicio: naveguen en la web de algún supermercado para comprobar el precio que tiene un kilo de pistachos. ... Comprobarán que la horquilla es amplia, 13-27 euros por kilo. Quédense con este dato en la memoria inmediata y comparen con los 3,5 euros que quieren pagarle por ese mismo kilo a los productores. De los quince adjetivos que se me ocurren voy a dejarlo tan solo en indecente.
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Les contextualizo el asunto pistacho por si no lo tienen muy controlado. Cada planta cuesta seis euros, y el cálculo aproximado es que, por cada hectárea, se pueden plantar 275 árboles. Tardan una media de unos seis años en dar sus primeros frutos y, como se trata de un cultivo especialmente sensible a las condiciones climáticas, si hay humedad o heladas tardías, despídete de gran parte de la cosecha. Pese a todos estos condicionantes, y alguno más como que el injerto no prospere o el árbol se pueda secar, el pistacho se estaba convirtiendo en el nuevo ‘oro verde’ del campo. Ya no.
La dictadura de la ley y la demanda ha provocado que los precios hayan caído en picado y que lo que antes era una inversión muy rentable y poco exigente haya perdido la primera parte de ese binomio. Tanto es así, que los productores están reteniendo el producto para que las empresas tengan que aumentar el precio de compra. Una batalla en la que el consumidor permanece impasible, creyendo que lo del aumento del precio de los pistachos, o las almendras, o de todo, es también cosa de la inflación global, de la invasión de Ucrania o de la caída del euro respecto al dólar. Creemos que estamos informados pero vivimos en la más absurda de las ignorancias, la voluntaria. Y así, con esas cuentas, se le tuerce el morro al paisano que se gastó el beneficio de una buena cosecha en plantar unas hectáreas de pistacho. Le habían dicho que, con un poco de suerte, le serviría de fondo de pensiones para completar la jubilación. A este paso, es casi mejor invertir en preferentes.
Así que, en una obviedad más, he pensado que algunas de las variables de esta injusta ecuación podrían eliminarse si los mismos que ahora están ‘hasta los pistachos’ se unieran para poder comercializar el producto. Reducción de costes, maximización de beneficios y con una inversión amortizable en el corto plazo. Esta es la asignatura pendiente de esta tierra, acostumbrada a ser el granero, la granja y la huerta de España, pero que va perdiendo perras por el camino por su escasa capacidad transformadora. Muchos de los que lo han intentado han tenido éxito. ¿Y el resto?
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Si nos dirigimos al final de la etapa de la abundancia, la posesión de la tierra y la capacidad de producción de alimentos será vital. El problema es que para cuando esto ocurra puede que no quede casi nadie en el mundo del campo. Estarán mejor sentados en un banco comiendo una bolsa de ‘rico’ pistacho.
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