Llega otra representación de la Pasión en la que los pasos son de carne y hueso, se mueven, hablan y cambian de gesto. Interpretan. Nadie ... carga con ellos y son ellos los que cargan con el personaje. Se ponen su piel.

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Bienvenidos a las representaciones populares que arrancan mañana en La Alberca, y explotan el viernes en Béjar con la representación de La Sentencia, en Candelario con el Vía Crucis en la empinada Cuesta de la Romana y sobre todo en Serradilla del Arroyo con un pueblo haciendo suyas las Sagradas Escrituras en una colina cercana. A estas alturas, con su experiencia, los de Serradilla del Arroyo podrían interpretar desde “Los Diez Mandamientos” a “Ben Hur” como si les dirigiese Cecil B. DeMille.

Este espacio en los márgenes de la Semana Santa me resulta apasionante y comienza con el conocido lavatorio de los pies que antaño se representaba en las iglesias al igual que aquellos sermones con tenebrario, cuyas candelas se iban apagando hasta llegar a la plena oscuridad, la misma que cubrió la tierra en la que expiró Jesús en la cruz. Algo de puesta en escena tiene también el despliegue de ramos y palmas el domingo de La Borriquilla. En los márgenes de la Semana Santa de Salamanca están también el Descendimiento en el Campo de San Francisco de Salamanca, en Lumbrales o en la iglesia de San Juan de Alba el Viernes Santo antes del Santo Entierro.

O el juego de las mecas, en Peñaranda de Bracamonte, que evoca la partida con la que se rifaron los soldados romanos la túnica de Jesús. Mañana, el Tálamo bejarano, que es una subasta, me parece que tiene de trasfondo algo de ese episodio.

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También toda esta liturgia popular y escénica es Semana Santa. Como las procesiones. Son el mismo relato, pero en el caso de estas se parece a postales en serie que cambian de fondo. El crucificado o la madre doliente sufren en la calle de la Compañía y otras veces en la Rúa, por ejemplo. Dos calles cercanas y tan diferentes una de la otra que lo cambian todo. Los pasos por la Compañía caminan por una Salamanca interior, silenciosa y discretamente iluminada, mientras que por la Rúa lo hacen entre comercios, cafeterías y anchas filas de espectadores de las que sale un rumor permanente que traslada las escenas a otro mundo. Y están próximas y casi paralelas.

Con el tiempo, algunas procesiones han renunciado a su paso por la Plaza Mayor buscando el recogimiento de las calles del Barrio Universitario, que alcanza su plenitud en lo profundo de la madrugada. Hay cierto esteticismo en algunas, como si un escenógrafo hubiese estudiado el fondo y la luz precisas, y quién sabe si también la banda sonora, que a veces es el silencio.

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Los fotógrafos de nuestra Semana Santa entienden como nadie lo que digo porque ellos me enseñaron que son como cazadores agazapados esperando a su presa. La imagen cuando pasa bajo este farol, el nazareno que se asoma a aquella calle, el hermano que porta una vela y tiene al fondo esta piedra dorada nuestra... Una gran imagen de la Semana Santa puede ser fruto de la casualidad, pero la mayoría de las veces lleva detrás conocimiento y espera, y algo de suerte también. Esas representaciones populares de la Pasión son escenografía en estado puro. Y vestuario. Y actuación. Y música o silencio. Son también Semana Santa.

En estas representaciones populares de la Semana Santa las figuras hablan y se expresan, mientras que las imágenes de los pasos lo dicen todo en silencio, con el gesto tallado por el artista. En La Alberca, Serradilla o Béjar cada Pilatos tiene su voz, su tono, incluso Jesús puede decir esto o algo parecido. Y emocionarnos más o menos. Los actores han alcanzado una capacidad interpretativa extraordinaria, como los de Cateja, en La Alberca.

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A propósito del habla, es curioso el vocabulario que nos ha ido dejando la Semana Santa: espero que no cargue con ninguna cruz, ni pase un calvario, tampoco que nadie se lave las manos cuando le cuente un problema o aparte de él su cáliz, que no se vean sólo de pascuas a ramos...

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