El sociólogo Zygmunt Bauman cree que la gente se aferra a las redes sociales por miedo a la soledad. Por paradójico que resulte, en medio ... de tanta comunicación como existe hoy día, nunca ha habido tanta escasez de diálogo. Y no me refiero al diálogo que propugnan los independentistas catalanes con el gobierno de la nación ahora que el Tribunal Superior de Justicia de la UE les ha dado nuevas alas: o independencia o no hay nada de qué hablar. Ya lo explicó Rajoy en su día, y ha vuelto a incidir en ello en las páginas del libro que acaba de publicar para asegurarse unas perras a modo de aguinaldo navideño.

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El diálogo a que se refiere el sociólogo polaco tiene que ver con un fenómeno novedoso. Cualquier individuo puede “dialogar” con otro de día o de noche en cualquier lugar del mundo todos los días del año. ¿Supone esto un avance? Eso será si se considera progreso poner las propias intimidades a disposición de la red sin saber qué uso se va a hacer de esos detalles personales y dónde pueden ir a parar en un mundo globalizado y multicéntrico.

Estamos inermes ante la avalancha de datos que el Gran Hermano conoce de nosotros. Más incluso que nosotros mismos, porque los tan traídos y llevados “big data” pueden predecir las más inesperadas reacciones ante imprevisibles eventualidades. Que salga a la luz el impago de una multa de tráfico no tiene mayor importancia, salvo que uno vaya de político honrado sin mácula y el listillo de turno airee lo de la multa en un debate parlamentario. En cambio, sí tiene relevancia que nuestro banco pueda saber si a la larga seremos solventes o no; o si esa gigantesca maquinaria fiscalizadora que antes era el Dios de los cristianos y ahora es Hacienda, hurgue hasta en la calderilla de nuestros bolsillos.

A esta situación ante la que el individuo se siente inerme, hay que añadir el galopante deterioro moral de nuestra sociedad, algo que Bauman describe con el término de “adiáfora”, es decir, la colocación de “ciertos actos o categorías de los seres humanos fuera del universo de evaluaciones y obligaciones morales”. Esta insensibilidad es típica de algunos políticos, pero también de narcotraficantes y algún que otro administrador público. Es la maldad líquida en estado puro. Y lo peor de esta ceguera moral es que resulta contagiosa. La sociedad parece embotada, aturdida, narcotizada por las redes sociales, carcomida por la frivolidad, sumida en lo inane, incapaz de distinguir al bueno del malo, al malevo del cabal. Solo así se explica que votemos y elijamos una y otra vez a los mismos ineptos, a idénticos corruptos.

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Pero estamos a las puertas de la Navidad. Y como la raíz griega “adiaforía” rima con lotería, les deseo en el día de hoy suerte a mis amables lectores. Porque con la que se nos avecina la van a necesitar.

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