Ocho de marzo, el día de la marmota. Un año más nos hemos puesto el traje de “maricarmen”, que diría mi querida Isabella, y nos ... hemos echado a la calle y a las redes sociales a celebrar que soy mujer como quien celebra el día del oso polar. Porque yo lo valgo y porque nos merecemos, como mínimo, un día al año de “visibilidad”, de “empoderamiento”, de romper “techos de cristal”. El resto del año no existimos, según parece. Peor aún: nos comportamos como si no mereciésemos existir, como si mendigáramos nuestro lugar en la Tierra. Hala bonita, toma un 8 de marzo y calla. Y escribo en primera persona porque con esta celebración pijoprogre se me revuelve mi lado femenino, porque peor que un mundo de hombres retrógrados es un mundo de feministas de salón que se empeñan en hacer de la mujer un ser diferente, marginado y desvalido. De las feminazis, ni hablo.
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Las mujeres lo que tenemos que hacer es lo mismo que hacemos los hombres: vivir y avanzar. Y voy más lejos si me lo permiten: vivir juntos y avanzar juntos, como seres humanos que somos, y tan complementarios. Unas y otros no somos ni de Venus ni de Marte, y quienes así lo entendemos no necesitamos que nos estén recordando un día al año que somos unas pobres víctimas y que reivindicamos nuestra condición de mujer. Porque yo lo valgo. Por suerte vivo en una sociedad que hace mucho, mucho tiempo considera a la mujer como parte de un todo y no como un adorno de Navidad. Y he vivido siempre, pero sobre todo ahora, en un mundo en el que las mujeres somos tan libres e independientes como lo somos los hombres, y en el que las mujeres además hemos alcanzado todo aquello que nos hemos propuesto, hasta superar con todo merecimiento a los hombres en tantas y tantas áreas y las que vendrán. O no. Somos personas, no títeres al servicio del “show” o de una fotito en Instagram el 8 de marzo que le recuerde al mundo que somos mujeres por un día. El resto del año, según quieren hacernos ver con sus discursitos y manifestaciones, a sufrir en silencio.
Creo haber expresado en alguna ocasión que me siento acosada como mujer e indignado como hombre. A unas nos victimizan nos guste o no, y otros pagamos los platos rotos de salvajes, pervertidos, estúpidos y legisladores que no se atreven a legislar y a hacer de la Ley un imperio que detenga, por ejemplo, tanta violencia y tantos minutitos de silencio por las pobres víctimas. Y lo dicho, que se ocupen de los osos polares y que nos dejen en paz. A mujeres y a hombres. Somos libres e iguales, aunque no les guste a los profesionales del enfrentamiento y de la pancarta.
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