En “Los lunes al sol”, esa película que refleja como pocas la angustia del paro, Amador, un hombre reservado y depresivo que ahoga sus penas en la barra de un bar, divaga sobre el abandono que siente por parte de la sociedad. “La cuestión no ... es si nosotros creemos o no en Dios, la cuestión es si Dios cree en nosotros, porque si no cree en nosotros... estamos jodidos”, dice. Hoy le propongo que cambie la palabra Dios por Sánchez, que en el gobierno viene a ser lo mismo, y que permute el personaje de Amador por el de Ábalos, que para el caso también nos sirve.
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Le confieso que en estos días de intenso sol, en los que el gobierno ha vuelto a tirar del comodín del Valle de los Caídos, me he acordado varias veces de él. De la purga ejecutada por Pedro Sánchez con premeditación y mucha alevosía, el despido de Ábalos es el más cainita y también el más revelador de su carácter. Ya sé que la mayor parte de los ríos de tinta se han vertido para glosar el adiós de Iván Redondo. Pero el verdadero despojo ha sido el del ex ministro, que le ha acompañado incondicionalmente en su tortuoso camino hacia el poder.
Ábalos siempre quiso ser el Sancho Panza de Sánchez. El escudero fiel que le seguía a pesar de las alucinaciones. Alguna vez llegué a pensar que el ya ex número dos del Psoe, se haría terraplanista si el presidente se lo hubiera pedido. La hemeroteca está llena de ejemplos. Un día dijo que el paro subía en España, porque la gente se apuntaba con más ilusión al Sepe con este gobierno. Otro aseguró que los Ere falsos no eran del Psoe. También llegó a defender que Delcy Rodríguez no había pisado suelo español y a comparar a Oriol Junqueras con Nelson Mandela, para justificar los indultos. Ábalos representaba el “sanchismo” más que Sánchez, y en su ceguera servil no vio que el presidente solo le utilizaría mientras fuera estrictamente necesario.
Quizá el adiós se haya precipitado por su noche con Delcy o por el rescate a Plus Ultra. Igual han tenido que ver sus pagos con billetes en un hotel de Canarias o sus extrañas concesiones en la compra de mascarillas. Aunque seguramente lo que más ha pesado es esa chapuza murciana que ha acabado con salida de Iglesias del gobierno, el derrumbe de Ciudadanos, la victoria de Ayuso en Madrid y el cambio de tendencia en los sondeos.
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Razones habrá, o no, para marcarle y condenarle a pasar los veranos al sol y los inviernos atendiendo a la disciplina de voto que le dicten los nuevos. Ahora le corresponde, como a Amador, divagar sobre su pasado y obedecer desde su escaño a sus sucesores. Al menos él tiene una ventaja sobre el resto. Sabe que Dios no cree en nadie, porque el escudero leal por fin ha comprobado que Sánchez solo es fiel a sí mismo.
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