España no ha tenido buena suerte con los ministros de Educación en las últimas décadas. Con mínimas y honrosas excepciones. Por ejemplo, Rajoy, como ya ... he señalado alguna vez, fue ministro del ramo, es decir, de Educación, Cultura y Deporte.
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En su insustancial mandato no hizo nada, luego podríamos asumir sin riesgo a equivocarnos que fue de los mejores. Posteriormente, la nunca bien justificada separación entre las enseñanzas secundarias y profesionales, por un lado, y universidades, por otro, no dio buen resultado. Y mucho menos disociar universidades e investigación, como si se tratara de mundos distintos.
Ahora tenemos una marialegrías al frente de Educación y Formación Profesional, pero la ubicua titular parece dedicarse más a menesteres de partido que a su propio negociado. Ignoro si hay relación directa entre esta circunstancia y las disparatadas tasas de abandono escolar, las más altas del mundo occidental.
Como piloto de Universidades hay un gris, más bien anodino y pavisoso ministro –aunque hay quien duda de su existencia real– que no tiene más mérito que haberle puesto la guinda a una ley incubada por su predecesor, un tipo prestigioso en su campo profesional pero inane en su operatividad ministerial, quien para darse pote pretendía hacerse pasar por catalán. Ahora espero que alguien le advierta al ministro de la LOSU de la posible inconstitucionalidad del artículo 46.2, e) a propósito de las atribuciones de los Consejos de Gobierno a la hora de “aprobar las convocatorias y las relaciones de puestos de trabajo”.
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Decididamente, no ha habido suerte en esos ministerios bajo cuya responsabilidad recae la formación intelectual y cultural de las generaciones que han de liderar el país en el futuro.
Claro que si ese liderazgo va a estar depositado en personas del jaez de una ejemplar y modélica “alumna ilustre” de la Complutense –dizque mejor expediente académico– que hace unos días se desgañitaba y profería retazos inconexos de discurso al recibir el galardón, buenos estamos ante tan bello ejemplo de oratoria académica. (Pronto ocupará la susodicha algún alto cargo en el organigrama del Gobierno).
Si los asuntos educativos van como van, no me extraña que uno se encuentre en los exámenes (ojo, de rango universitario) con perlas en las que las abadías cistercienses aparecen como “abadías circenses”, los pentámetros yámbicos como “parámetros yámbicos” (incluso por “pentágonos”), donde brotan “matrimonios por convención” o se leen afirmaciones acerca de los “sucedáneos” [por coetáneos] de Shakespeare”.
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En fin, todo un rosario inacabable de perlas que he ido recopilando –algún día las sacaré a la luz– y que me ratifican en lo aconsejable de una sana dosis de escepticismo ante lo que, al paso que vamos, nos espera en materia educativa.
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