A las tres en la cama estés. Esta es la idea. El negocio nocturno aguardaba con angustia el decreto del directorio sanitario de la Comunidad, ... que obliga a adelantar la hora de que cada mochuelo vuelva a su olivo. Esté en su olivo. A las tres, como muy tarde. O sea, vamos a una noche, como la que tiene el resto del mundo, donde se cena a las siete y a las diez roncan en su idioma correspondiente. Nada de estar a la una de la mañana viendo programas en prime time o de copas. Ese mundo que viene a España por sus playas, patrimonio, gastronomía y su noche se va llevar un chasco cuando vuelvan a Salamanca, porque Igea y Casado, el dúo dinámico del BOCYL, le ha metido un recorte a nuestra noche de cinco o seis horas, por lo menos, y el sector, en consecuencia, está que no le llega el uniforme al cuerpo, lo mismo que debería pasarnos a todos, porque la hostelería en Salamanca es mucho más que el bar de la esquina. Es una seña de identidad. Forma parte de nuestro ADN, de lo que somos.

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La Universidad de Salamanca ha encumbrado durante siglos a la hostelería local, desde Luis Cortés a Luis Enrique Rodríguez-San Pedro lo tienen estudiado y divulgado. Los estudiantes hacían de la noche su república y de las tabernas sus palacios. La literatura hizo famoso el mesón de La Solana, en el Lazarillo, la misma literatura que vinculaba famosas meretrices con mesones y estudiantes. Y luego estaba el asunto de la Casa de la Mancebía y el (supuesto) desmadre del Lunes de Aguas, que conoció y anotó el estudiante Girolamo de Sommaia. De aquellos excesos venían los ingresados en el Hospital del Estudio, previo paso por el Desafiadero, donde los asuntos se dirimían a capa y espada. En algún momento de este lío ponga usted a los sopistas, tan queridos de Torres Villarroel, que son los abuelos de los tunos de hoy. Luego vinieron los cafés para las tertulias, los bares para los chatos y los salones de baile en la Cuesta del Carmen para el acercamiento de géneros. Y finalmente, los pubs, las discotecas, los locales de copas, más bares y más cafés. Salamanca se hizo famosa por las universidades, el patrimonio y los bares de noche, y desde los años ochenta ha venido gente de toda España a verlo, sentirlo y vivirlo. Salamanca era destino favorito de los “erasmus” y estudiantes de español, y no sólo por la competencia de su profesorado, que también. La guinda la puso la gastronomía.

Hoy, un decreto limita el ocio y en consecuencia el negocio que todo ello ha traído. Los empresarios del sector temen a la competencia de botellones y fiestas en los pisos, algo que, sin duda, nuestro directorio sanitario tendrá que legislar, porque no va a ser fácil meter en vereda a estos chicos: “gente moza, antojadiza, arrojada, libre, aficionada, gastadora, discreta, diabólica y de humor”, decía la Tía Fingida, o sea Miguel de Cervantes. Gente, además, de toda España, porque aquí ha estudiado y estudian vecinos de todas las provincias y regiones, que se lo gastan. El mismo sector que se pregunta si no era posible una medicina menos agresiva que la amputación horaria, el decreto de a las tres en la cama estés. Por ejemplo, controles tecnológicos y humanos, como Álvaro Juanes, presidente de los hosteleros, comentó el otro día, que evitasen botellones a cielo abierto y bajo techo. La alternativa es un ocio nocturno que comience a las nueve de la noche y termine a las dos de la madrugada. Justo aquello de lo que están hartos los que venían a Salamanca.

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