Antes de que apareciera el ‘Tito Berni’ estábamos inmersos en la supresión del delito de sedición, la rebaja de la malversación y con el contador ... al alza del número de agresores sexuales a los que se les rebajaban la pena o los que han salido a la calle antes de tiempo. En esos casos, siempre es antes de tiempo.
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En cinco días nos plantamos en el 8 de marzo con las fotos del sumario del caso Mediador en la cabeza. Imposible borrarlas. El exdiputado socialista y el resto de protagonistas de la burda trama aparecen junto a unas chicas que según algunos ejercían la prostitución y según el ‘Tito Berni’ no sabía ni quiénes eran, ni desde dónde habían llegado ni por qué estaban en su habitación del hotel. Un “no sé, no lo recuerdo” en toda regla.
El año pasado, el feminismo caminó por separado el Día Internacional de la Mujer. Había dos manifestaciones en muchos lugares, dos caminos distintos. Y esta edición no será muy diferente, no van a estar muy hermanados. Los dos partidos del gobierno de coalición volverán a pelearse por ver quién es más feminista, quién zarandea más y mejor la bandera de ‘las mujeres’, de todas, así, en general. Y volverán a los codazos para coger el mejor sitio en la pancarta, aunque esta vez, a lo mejor, las representantes de Unidas Podemos le podrían hacer el vacío a las del Psoe por lo sucedido. Y al fondo, para no molestar mucho, se colocarán Partido Popular y Ciudadanos. Más bien donde les permitan estar los colectivos feministas. De Vox ya ni hablamos. Porque como todos sabemos hay mujeres y mujeres, depende del partido al que vote. Seguimos en ese error. Debemos unirnos, sí, pero no para ser iguales (entre nosotras). No para que nos colectivicen. Somos seres independientes, diferentes, cada una con sus debilidades y sus fortalezas, que en algunos casos se pueden parecer más a las de otro hombre que a las de algunas de tu mismo sexo.
Nos quieren débiles, dependientes, sumisas, sin capacidad de autodefensa. Nos quieres a todas iguales. Las “mujeres”, así, en genérico. Pero hay mujeres buenas y malas, brillantes y unos zotes. Hay mujeres líderes y otras que no pegan un palo al agua. Hay mujeres como ejemplo de madres y otras que han decidido no serlo. Cuidadosas y un desastre. Asesinas, maltratadoras... hay políticas brillantes y otras que mejor se hubieran quedado en su casa. Hay mujeres amas de casa empoderadas, y otras líderes de empresas con el permanente síndrome del impostor. Y otras que no sabes cómo han llegado ahí. Mujeres que han frenado a sus maridos a la primera voz que era más alta que otra, y otras que dicen volverse a enamorar de quien fue su maltratador. Mujeres muy trabajadoras, que han roto techos de cristal, mujeres que han conseguido abrir enormes caminos y otras que no saben hacer otra cosa que aprovecharse de su condición de mujer ante un directivo. Porque haberlas, haylas. Hasta que no consigamos hablar de “las personas” y no de “las mujeres” o “los hombres” no habremos llegado a la igualdad real. Interesa mantener dos bandos, dos extremos, hombres y mujeres. Pero es una distinción absurda. ¿Con qué clase de hombres han crecido algunas mujeres? Me cuestiono qué tipo de padre o hermano han tenido en sus casas, o a qué marido han elegido para casarse o tener hijos. Y ahí es donde puedes llegar a entender muchas cosas.
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Ojalá se regulen por ley cuotas de personas brillantes, talentosas, trabajadoras. Que las empresas, los gobiernos, los consejos de administración, las administraciones públicas pongan el mismo empeño en colocar a personas excelentes que en contar cuantos hombres y mujeres tienen en sus puestos. Bastante tenemos con que ya nos dibujan como un ser humano con una enfermedad crónica e inhabilitante que padecemos cada 28 días. Que el mundo entero se compadezca de nosotras. O que nos envidien. Podemos coger bajas laborales todos los meses. Una inmejorable carta de presentación para que nos contraten en cualquier empresa. Ovulamos, y cuando duele, lo resolvemos con unos analgésicos, porque no hay otra cosa. Es así, hemos nacido mujeres. Y a veces es bastante coñazo. Una expresión, por cierto, marcada por una supuesta sociedad heteropatriarcal... pero que a mí me encanta. ¡Qué coñazo!
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