Esta semana me hizo una visita Ann H. en su camino hacia Inglaterra desde Málaga, donde pasa gran parte del año. Ella no sólo se ... detuvo en Salamanca para verme de nuevo, sino que también había programado cita en una clínica local para hacerse la prueba PCR necesaria para tomar el ferry en Santander con destino a Gran Bretaña.
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Como siempre, Ann viajaba sola en su coche, nada extraordinario, una ciudadana británica atravesando la España en flor que estos días nos bendice para recordarnos que la vida, a pesar de las apariencias y los desmanes, sigue su curso, impertérrita al invasor, como la aldea de Astérix.
Pero lo extraordinario, lo realmente extraordinario, es que Ann H. nació en 1934. Ustedes, muchos de ustedes, ¿saben dónde queda 1934? Ni idea, un lugar sin duda muy lejano, enterrado en el tiempo y en la Historia; una bruma entre la Edad Media y el Holocausto. Pero el rey Arturo no conducía por Europa un viejo “Toyota RAV4” (no híbrido). Ann H, sí.
Siempre me ha emocionado, me ha entusiasmado, he admirado a la gente que es dueña de su destino, algo al alcance de muy pocos; la independencia, y la libertad que lleva asociada, es el premio gordo de una vida cada vez más limitada por el pesado corsé de las normas. Nada se escapa hoy a “La Norma”, de ahí que los versos sueltos como Ann H. sean oxígeno puro en una sociedad que ha hecho de la insatisfacción otra norma, hasta el punto que la infelicidad ya parece un derecho y la felicidad una rareza, un esnobismo, algo propio de gente excéntrica.
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Anne H., que se baja del coche pidiendo una copa de rioja, elixir de la juventud, es la cara amable de George Orwell, 1934 frente a 1984: libertad frente a adocenamiento; la caricia del sol frente a la tecnología distópica. Un mundo posible: las charcas cubiertas de flores contra el propio abandono; Anne H. abre su “Mac” contra el resplandor (gracias Stanley Kubrick) de las residencias de ancianos. Todos con la vista clavada en el suelo, parece rezar el verso satánico, salvo un grupo de “cowboys” (and girls) como Ann H que han apostado por clavarla en el horizonte, de Málaga a Inglaterra, ida y vuelta mil veces y las que hagan falta hasta que, ¡horror!, los talibanes de “la norma” decidan algún día retirarnos el carné de conducir a los 70 años, o antes. Pura eutanasia coercitiva. Mientras tanto, “the show must go on”, que cantara el gran, el grandísimo Freddie. Y no olvides visitarme de nuevo, Ann H.
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