En la explotación que tiene Tomás Moro todas las vacas, que son 100, tienen su nombre porque este ganadero mantiene que así, cuando las llama, vuelven la cabeza. Para demostrarlo grita, “Venus, Venus, oyeee” y una de las vacas, solo una, se gira para mirarle. “ ... Hay que poner nombre a todas porque así sé a cuál reñir”, dice riéndose. “Me gusta ponerles nombre porque así las conozco”. Tiene una ganadería formada sobre todo por vacas de raza limusín y fleckvieh, pero también por alguna parda y morucha.
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Tomás procede a la presentación de la veintena de vacas que tiene en ese momento a su lado en una finca de Boada. “Tengo a “Azahara”, que se llama como mi hija; también a “Marisol”, como mi mujer. Ahí va “Barbera”, “Jimena”... Esa se llama “Presumida”. Aquella se llama “Raquel”, como la de la serie “La que se avecina”, y su hermana es “Sheila”, como una veterinaria que vino. La de atrás es “Camila” y ahí está “Venus” con su hermana “Niña” y la otra hermana se llama “Judith” pero está en otro sitio porque va a parir. Y aquella “Tatiana”. A los toros también les tengo nombre, uno es Atila, que lo crié y tuve otro que venía con un nombre muy feo, “Espindargo”, y se lo cambié por “Bandolero”, porque tenía un toro que se llamaba así y se murió y se parecía mucho”.
Tomás reconoce que lo malo de ponerles nombre es el cariño que se les coge y la pena que da luego matarlas. “La morucha que tengo es la niña mimada porque tiene más de 20 años y estas pues las quito si se estropean pero, vamos, que “Azahara” tiene solo 5 años y la “Barbera”, 7. En esta finca la que más tiene es esa negra con 10 años, pero es a partir de ahí cuando le ganas dinero”.
En cuanto a razas, le gusta mucho la fleckvieh “pero en cuanto ven en el ternero una mancha blanca ya no lo quieren para el mercado”.
Las demás vacas las tiene repartidas en otras fincas. Justo esa mañana en la que está liado en Boada arreglando un comedero que han roto las vacas, tiene pensado llegar hasta otra parcela donde tiene alguna que lleva dos días sin ver porque el arroyo ha crecido y es imposible pasar. “Tengo que ir y no sé si podré llegar con ese tractor o tendré que coger uno más grande”, dice. Tomás reconoce que está de agua ya harto, más en una zona como Boada, donde la tierra admite poca. Tiene que preocuparse de que las vacas coman, que comen más, y a las ovejas, que no aguantan el agua, las tiene encerradas. Las vacas tienen dificultades para encontrar dónde tumbarse y hay problemas para encontrar un lugar donde ponerles la comida.
Luego con el viento se han caído ramas de árboles que están enfermos, huecos por dentro, o demasiado cargados y que no se pueden podar por la normativa. Va acumulando en montones restos de quejigos hasta que pueda quemarlos, ahora también prohibido.
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Un pastor eléctrico rodea el vallado que da a la carretera para que así las vacas no se acerquen y Tomás evita que puedan tirarlo y salir a la carretera. “Ya solo me faltaba además tener que arreglar alambrados”.
Pero lo que peor lleva Tomás con diferencia son las pruebas sanitarias al ganado. “Es como si nosotros tuviéramos que estar todo el tiempo en el médico para que nos pincharan”, explica. Ahora toca también a becerros antes de ir a cebadero. “Estamos como queremos”, se lamenta. “Yo creo que además cuando toca saneamiento y nos ven a nosotros nerviosos, se ponen más nerviosas ellas para entrar al mueco”, explica.
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Tomás aún no ha podido sembrar todo porque le sorprendieron las lluvias. Algo más de lo que está pendiente es de la nueva PAC. “Yo no la entiendo. Mira que pregunto pero no me aclaro”. Ya ha encargado que se la hagan “como quieran”.
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