El testimonio de un ganadero con ovejas: “Por culpa del lobo no paramos”

Manuel José García se dedicó al transporte antes de tener ovejas castellanas | Las ordeña por su bienestar

Miércoles, 7 de diciembre 2022, 11:36

Manuel José García va en su todoterreno y sigue al coche, como si fuera un desfile, un rebaño de unas 950 ovejas. Viene de vacunarlas y regresa con ellas a una de las parcelas. Cierran el paso Chema, que trabaja con él desde que tuvo un problema de salud, y Enrique. Con ellos van los dos perros careas que tiene. Las ovejas de Manuel son castellanas y él, algo poco usual en Salamanca -sí en Sayago- las ordeña.

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¿Por qué las ordeña con el trabajo que supone?

—Para que estén bien cuidadas. Se cubren además mejor. La oveja la agradece aunque la leche no te da beneficio: la leche que te da te lo come luego. Aquí se ordeñan en la comarca de Vitigudino pero son de leche. De esta forma te aseguras tres cubriciones buenas al año. Las repartimos en tres, en Navidad, julio y en marzo, vas buscando dos buenas y la otra, la peor, donde te caiga.

¿Desde cuándo tiene ovejas y como le dio por tenerlas?

—Tengo 53 años y cuando hice la mili me dediqué a otras cosas, con camiones, reparto. Luego cuando yo tenía 26 ó 27 años uno de los hermanos que trabajaba con mi padre se jubiló y me quedé.

¿Se vivía mejor con las ovejas que ahora?

—Creo que sí. Cuanto más atrás en el tiempo, mejor. Cuando mi padre, vivían tres familias y tenían 600 ovejas y 40 vacas. Ahora es una familia con 900 ovejas.

¿Y vacas? ¿No ha llegado a tener?

—Las tuve ya. Cuando me vine trabajábamos mi hermano, mi padre y yo y teníamos vacas y ovejas. Luego había que decidir.

¿Cómo es su jornada habitual?

—El día a día es que nos levantamos, mi mujer se queda ordeñando las ovejas tiempos de parición. Y nosotros venimos a ver a las ovejas en el campo y si paren, a los corderos. Como ahora ordeñamos pocas, se queda ella, y nos dedicamos a cambiar corralizas. Como tenemos el problema de lobo, nos vemos obligados a tener las ovejas ahí dentro de la cañiza y a cambiarlas cada día para que puedan dormir a gusto los animales. Pero ni así duermen a gusto.

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Sin lobo, ¿cómo estarían ellas?

—Las dejaría sueltas. Los días buenos buscan la solana, se echan agrupadas, debajo de una encina unas pocas, a lo mejor ahí otras...

¿No cree que podría saltar el lobo?

—Desde que las guardamos ahí no las ha atacado. (Manuel sufrió al lobo por última vez el 3 de septiembre, cuando se encontró en una parcela junto al pueblo 4 ovejas muertas y 5 heridas). Si quiere, entra. En julio y agosto también atacó, pero estaban sueltas. Quizás sean las luces, no sé...

¿Cuál es su rutina por el lobo?

—Cambio de cañizas todos los días para que las ovejas estén cómodas y es un esfuerzo porque cada una pesa 20 kilos: las tenemos ahora en 3 lugares, luego serán 4. Por la noche las encerramos ahí, encendemos las luces -caseras, van por placas solares- y en la camiseta que va sobre ella, que la pusimos para que las ovejas no mordieran los cables, echamos colonia. No sé si hace algo -dice riéndose- pero se la ponemos todas las noches. Luego tenemos un sensor, el grillo, que cuando capta el movimiento empieza con el sonido.

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¿No se anima a tener mastines?

—No, porque puede ser un problemón por la carretera. Aquí antes nunca había lobo: recuerdo que cuando yo tenía 6 ó 7 años decían que cruzaban por aquí para ir desde la Sierra de la Culebra hasta la Sierra de Francia y a lo mejor alguno se despistaba y atacaba a ganado, pero nada más. Con todo lo que es la oveja, de trabajo, para mí ahora la mayor preocupación es sin duda la del lobo.

Manuel José García, junto al sensor de movimientos que sitúa junto a las corralizas donde guarda las ovejas | L.G.

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